La fábrica de sueños

Sin título - lapiceros de colores y grafito 2013

Un sueño es algo que anhelamos ser, es un estilo de vida, un olor, una sensación… Nunca un sueño es una cosa que puedes adquirir en cualquier supermercado. Un sueño es tu sonrisa, es tu pelo despeinado por las mañanas, tu cara de sueño al darme la vuelta en la cama. Un sueño es ver caer las hojas rojizas de los árboles que necesitan desnudarse para seguir creciendo fuertes, y verte aparecer al doblar la esquina. Un sueño es entrar al trabajo y que tú estés allí ya, con ganas de darme un abrazo y dedicarme el mejor de tus bailes detrás de la barra. Un sueño es dibujarte con mis colores, peinarte con mis sonrisas, acariciarte con mis palabras. Un sueño es que estés aquí cada día. Y mientras tanto, intento llegar a aquel lugar al que la sociedad estima que debes llegar. Como si eso me fuera a hacer más feliz. Como si ellos supieran que yo estudié para trabajar. Yo estudié porque para mí aquello era y sigue siendo un sueño. Y lo compagino con el de servir cada día una taza de Ilusión a cada cliente que viene de pasada y me regala su sonrisa. Y con el de seguir estudiando para aprender, no para llegar a ser. Por eso en 2014 me propongo dejar de mirar al horizonte y relajarme al volante de este autobús que cada día cuenta con más pasajeros que amenizan mi viaje. Y seguir fabricando sueños de esos que se cumplen cada vez que te veo y te miro y te observo.
Un sueño es que tú te hayas montado en este autobús y que quieras compartir esta parte de tu trayecto conmigo…

Un árbol que hoy empieza a crecer

"Hasta el árbol con menos hojas..." 2013 - grafito

Por fin me encontré entre  papeles, entre mis prisas, mis ensayos y mis errores… Por fin suspiré con calma ante el reflejo de un espejo que no se acordaba de mí. Y me miro y me desconozco, con la mirada perdida, sin saber muy bien si mirarme en el fondo de mis pupilas o quedarme palpando esos huesos que han brotado a la superficie de unos hombros que anuncian un nuevo cuerpo que no es el mío.
Los días han ido pasando y no he encontrado el momento de decirte que te quiero. Y cada día esperaba que te olvidaras de mí y que todo fuera mucho más sencillo. Cada vez que no sabía de ti esperaba que hubieras encontrado quien te saciara la sed, quien te preparara el desayuno y te quitara la camisa antes de ir a dormir. Alguien que al salir de casa te recordara cada día cuánto te quería. Pero siempre regresabas con tus preguntas sencillas, con tus respuestas vacías de color y un extraño interés que nunca comprendí.
Lo confieso: te odié muchos días. Pero te amé durante muchas más noches, incluso aquellas en las que me cambiabas de nombre y rostro por el miedo de volver a ser herido. Pero no me importó, porque yo también me sentí mucho tiempo así. Y esperaba que algún día me dijeras que ya no significaba nada. Pero siempre estabas sin estar. Te sentía aunque no estuvieras y pensar en ti me calmaba.
El más sincero en esta historia siempre has sido tú. Porque yo te pedía palabras que realmente no deseaba escuchar, pero que el corazón, cuando alguna vez late, necesita para continuar bombeando la sangre que nos hace sentir vivos. Y te pedía algo más que nunca tuve y que en el fondo nunca deseé. Supongo que por eso te estoy amando hoy así.
Nunca me prometiste mares, ni viajes, ni tardes de verano viendo la puesta de sol. Ni si quiera prometiste que fueras a estar cuando me resbalara. Y me gustaba así, porque yo no quería más promesas, ni explicaciones, ni viajes donde el corazón se pierde en la belleza de lo superficial. Nunca pediste nada, y tampoco me lo diste.
El tiempo ha ido pasando, como pasan las noches que no quieres que se acaben. Y sigo aquí, esperando que algún día me digas que no significo nada, porque yo a ti no te lo puedo decir.
Lo maravilloso del amor es cuando no lo planeas y te pilla desprevenido, mirando por un ventanal las hojas del otoño que caen. Yo no te quería, pero el viento no te arrastró de mis raíces, y cada día que pasa me alimentas las ganas de seguir creciendo a tu lado. Desnuda, pero completa.
Y desearía no haberte encontrado, porque estaba muy a gusto con mi cuerpo revestido de hojas que me aseguraban un invierno templado. Pero el vendaval me ha dejado una sola hoja a los pies que desaparecerá cuando un buen día reflexiones y te des cuenta de que esta vez ya no significo nada. Una hoja puede salvar un árbol desnudo, embellecerlo, incluso vestirlo… ¿Pero un árbol qué puede hacer por una hoja si cuando llega el invierno la deja caer?
Y mientras tanto me dejo zarandear por la brisa de tus sonrisas y la ternura de tu mirada. Y me dejo mecer por tus besos, por tus caricias… No importa que venga un invierno frío, porque aunque te deje caer de mis manos, sé que estarás alimentando mis raíces desde abajo.
Y me miro y me desconozco, con la mirada perdida, palpando esos huesos que han brotado a la superficie de unos hombros que parecen ramas de un árbol que hoy empieza a crecer...






Aquel árbol

Dibujo a tinta - 2013


La vida se nos tornaba como un árbol que crece, a veces, sin saber hacia dónde se dirigen sus ramas. Que ancla sus raíces en la tierra donde su semilla fue plantada. Que aprende a desprenderse de sus hojas cuando llega el frío, para desnudo, enfrentarse a la falta de tus besos y tus abrazos. Y sus hojas, tristes de no verte, a sus pies realimentarán las raices para estar hermoso una vez más cuando vuelvas de visita otro verano que pasa rápido entre caricias y que anuncia nuevamente tu ausencia.
La vida continuaba también en septiembre, cuando se cambia de ropa para decirte adiós. Y en noviembre, cuando se la quita porque tú no estás para ver su hermosura.
La vida se parecía cada vez más a aquel árbol que nos cobijaba los meses que yo no quería dormir. Y envuelta en hojas me desperté. Hojas de color amarillo que anunciaban, nuevamente, tu partida muy lejos de mí...

Alija, no Martínez



22 de julio de 2013, León



Hoy he decidido escribirte una carta, la forma más cobarde de decir las cosas, pero la única opción que me dejas abierta para dirigirme a ti, después de tantos días. Sin embargo, la forma más valiente de dejar perpetuas las palabras de las que ya nunca me podré retractar. Dudo que algún día desease hacerlo.
Disfruta este momento, porque ni una mirada ya tendrás de mis ojos. Desafortunadamente has dejado tantas cicatrices en estos corazones que también laten en mi pecho que es difícil no acordarse cada día de ti. No voy a decir que lo merezcas o no, no estoy aquí para juzgarte, pero tampoco para amarte.
Este paso que has dado no ha significado más que la tranquilidad en mi vida. Ya no tengo que contestar al teléfono por compromiso, no tengo que hacer visitas incómodas, ni siquiera tengo que preguntar por esa mujer que nunca me quiso (ni yo a ella) porque le recordaba a mamá. Me has quitado un peso de encima y te voy a dar las gracias por quitarme la cara cuando fui a darte aquel beso de despedida, por no mirarme a la cara el último día.
Tú, que sólo tuviste hijos para presumir, en mi caso, del talento que tenía o los estudios que cursaba, como si tú formaras parte en cualquier caso de mis sueños. Que te quede claro: que ni tú me ayudaste a cumplirlos, ni yo contaba contigo mientras trataba de alcanzarlos. Sólo debo admitir que tu incómoda presencia me enseñó cada día de mi vida lo que nunca quería llegar a ser: como tú.
Pero accedí a guardar las formas y ser diplomática. Y a pesar de no recibir nada por tu parte y aguantar menosprecios y faltas de respeto que te tomabas de broma, continué aceptando tus invitaciones, dos o tres veces al año.Tú nunca supiste hacerme sonreír. Creías que necesitaba dinero para quererte más y me decías que no tenías nada, cuando lo único que esperaba era un gesto de amor por tu parte. Y volvía a casa con los bolsillos llenos de humo de tabaco negro y el corazón empapado en un chupito de whisky barato. Y en los ojos, ni siquiera las lágrimas se atrevían a asomar del miedo que te tenía. 
Pero todo eso se acabó. Ahora lloro si me apetece, y me como un dulce o un salado sin esperar que nadie me llame “gorda”. 
 Viviré con esa palabra grabada en la mente y vuestra voz de fondo diciendo: “no creo que te haga falta a ti comer de eso”. No existe tatuaje que borre las cicatrices que has dejado en este hogar que hoy en día sigues destrozando.
No quiero nada relacionado contigo. Quiero olvidar que algún día te dije que te quería. Adoro mi vida sin ti y deseo que así se quede, pues con los años he aprendido que la paternidad es un invento de la sociedad, o de la iglesia. Tú nunca has tenido hijos, y nosotros nunca hemos tenido padre; y si así ha sido siempre, no espero que ahora cambie, ni que tú cambies. 
Has ido poco a poco apartando a todos los que algún día te quisimos de tu lado. Tus lágrimas de cocodrilo ya no me conmueven como cuando era pequeña y me hacías chantaje emocional para que mamá te perdonara. Yo ya no te perdono más. No te quiero en mi vida. A partir de ahora, voy a ser más feliz. Porque antes ya lo era, pero tu alejamiento me hace sonreír más cada día.
Y a pesar de todo, te doy las gracias, porque sin tus desprecios, sin tus insultos, sin tus maltratos, sin tus vicios… Yo no hubiera aprendido jamás lo que de verdad importa en la vida. Y tú, ahora, en la mía no importas nada.

Te quiso: Mónica Alija. Ya no quiero ser Martínez

Magia




Marcapáginas 2013 - tinta
-            Lo bonito de la magia es mantenerse en la ignorancia, no intentar encontrar el truco – dijo mientras contemplaban a un mago poco hablador que actuaba en plena calle bajo la atenta mirada de los viandantes.
Él posó su dulce mirada sobre ella, cansada de una larga jornada de trabajo. Ella continuaba mirando al mago, que dejó boquiabiertos a los espectadores improvisados que se iban apelotonando llamados por la curiosidad.
Caminaron toda la noche. Nerviosos, cansados, impacientes por saber un poco más el uno del otro buscaron tesoros en una ciudad fría que enmarcaba aquella escena improvisada.
Hacía apenas una semana había dicho sin pestañear que se habían perdido los valores de la vida, que nada era para siempre, que el tiempo deja el cariño, pero que el Amor… el Amor termina apagándose con el trascurso de la vida. Ya no se imaginaba a sí misma dada de la mano compartiendo canas con el hombre que algún día supiera hacerla perder el sentido como cuando tuvo diecinueve y las locuras merecían la pena si eran para robarle el corazón al joven de la clase de al lado que a veces se colaba en sus presentaciones de la clase de escultura. Ya no creía posible que hubiera algún hombre que después de muchos años, al mirarla arrugada y canosa le susurrara que “es lo más hermoso que ha visto nunca”. Ya no. Esa época se perdió en algún cuaderno lleno de borrones donde a veces, garateaba su nombre una y otra vez con la esperanza de que al repetirlo estuviera más cercano a ella.
Lo había dado todo por perdido, hasta las horas que pasó intentando comprender por qué motivo tenía que conformarse con alguien que nunca había querido acompañarla al cine, nunca la había besado en público y que siempre tenía algo más importante que hacer. Y se conformó.
-                     Mamá ¿tú crees en las casualidades?
-                     No entiendo…
-                     Que si crees en el azar o piensas que todo sucede por algún motivo.
-                     Todo sucede por algo, hija. Pero esa es sólo mi opinión.
-                     Yo también lo creo – contestó sonriendo mientras dejaba su mirada perdida a través de la ventana de la cocina donde de vez en cuando y si el reloj se lo permitía, le gustaba charlar con mamá mientras ella tomaba su café sólo y sin azúcar.
Aquella noche de mayo hacía frío, y cuando llegó a casa abrió el estuche donde guardaba todos los rotuladores que con el tiempo, habían sobrevivido a las épocas de sequía. Sus rotuladores de la marca Carioca, con capuchón blanco ahora ennegrecidos de estar guardados siempre en el mismo lugar. Pocos habían superado aquellos años de tempestades en los que ella, llena de rabia por las circunstancias que le habían tocado vivir, apretaba las puntas contra las hojas en blanco que soportaban todos sus enojos. Pocos más sobrevivieron además de los rotuladores grises y los verdes. Supongo que entre tanta tristeza, siempre le quedó algo de esperanza…
Los sacó todos sobre la mesa donde cumplió tantos sueños y dejó escritos otros muchos por cumplir. Y sonrió mientras recordaba aquella tarde en que, entre tazas de café y berlinas de chocolate, él le robó su primera sonrisa.
Todo había surgido como por arte de magia, y lo bonito de ésta es no intentar encontrar el truco…
Mientras ella recogía en su estuche los viejos compañeros de ilusiones que le pusieron color a tantas sonrisas, él buscaba un momento, un lugar, una frase, un gesto… con el que decirle que deseaba ser el rotulador gris que siempre está en su estuche y al que nunca se le seca la tinta.

... y calla

Fotografía 2013


-  ¡Come y calla! ¿Sabes lo que es comer y callar? ¿eh? ¡Comer y callar! – espetó aquel hombre a la que parecía su hija, una niña morena que no debía tener más de 5 años, bajo la mirada entristecida de la que suponía era su mujer.
Su hermano, más pequeño que ella, al otro lado de la mesa de aquella tetería que anunciaba algo de calma en el centro de la ciudad, tocaba una banda sonora con la cucharilla sobre el plato donde hacía un instante aún quedaba un trozo de croissant a la plancha.
La niña no levantó la mirada de su chocolate. Su madre no dijo una palabra fijando la vista en la mesa. Ella contemplaba aquella escena sumida en el olor a recuerdos que aquel té que el atento camarero le había servido rezumaba.
Odiaba la comida que hacía aquella mujer ruda y basta. Masticaba, masticaba, se le hacía una bola enorme en la boca, pero no era capaz de tragar. Era entonces cuando aprovechaba para lanzarle las ofensas que cuando eres pequeño tanto duelen y te marcan en lo más profundo de tu corazón aún desprotegido por la falta de experiencia.
-  Pues no sé de qué estás tan gorda si no comes – decía mientras masticaba sin descanso aquella carne de caza que apestaba y limpiaba con la mano los restos de aceite que se escapaban de sus fauces y se precipitaban por su mentón arrugado.
Papá nunca dijo nada. Ni para defenderla, ni para exigir a aquella mujer un mínimo de respeto. Nada. Sólo le decía: -¡Come! Y cuando ella trataba de decir que no le gustaba seguía gritando: -¡Come y calla!
Así pasaron muchos años de insultos y menosprecios que trataba de evitar poniéndose siempre enferma los viernes que por custodia le tocaba ir con papá a aquel pequeño pueblo olvidado donde siempre hacía frío. Pero sus enfermedades nunca fueron lo suficientemente importantes. Siempre acababa allí, en aquel lugar donde el parecido tan evidente que tenía con mamá debía ser castigado a cada instante.
No importaba lo guapa que dijeran las vecinas que fuera. – Está gorda – acababa siempre diciendo ella a modo de chiste, haciendo presente en cada momento la brusquedad y poca falta de finura que la caracterizaban.
Las nietas de las vecinas siempre eran mejores. Hasta cuando se licenció en la carrera que siempre había deseado, tuvo tiempo para preguntarle si eso le servía para algo.
Se tomó el último sorbo de té ya frío. La niña se giró sobre su asiento y le regaló una sonrisa. Ella la correspondió sonriendo a su vez.
Absorta por los viandantes que pasaban frente al ventanal de aquel lugar recogido del vaivén de la ciudad, sonreía con discreción, recordando el último día que vio a esa señora a la que nunca fue capaz de llamar abuela.
Lo bueno de alcanzar cierta edad es que ya no tienes que dar explicaciones de muchas acciones de tu vida, ni tampoco la obligación de cumplir con los demás. Eso la hacía libre, y libremente había decidido no volver a aquel pueblo donde no se le había perdido nada más que la dignidad que el último día recuperó.
-  ¿Ya marcháis? – preguntó a papá, que apuraba el último cigarro antes de entrar en el coche.
Afirmó con la cabeza.
-  Pues hasta la vista – vociferó mientras intentaba acercarse a ella para abrazarla. Siempre seguía el mismo ritual para las despedidas.
Se quedó quieta. Le latía el corazón a mil… ¡no! A dos mil por hora. La sangre rápidamente le había subido a las mejillas, como siempre le pasaba cuando alzaba la voz en público. Y de repente, pasó:
-  Claro que mi carrera sirve para algo. Para soñar. Pero usted nunca sabrá lo que es eso, porque a lo único que dedica su tiempo es a ir a misa y a tirar por la borda los planes de los demás. Aún así debo agradecerle todo este tiempo de menosprecios y zancadillas, porque he aprendido que a lo largo de mi camino encontraré mucha gente como usted, que faltos de ilusiones deciden truncar las de los que sí las tenemos. Pero ni usted ni su Dios van a conseguir que pierda las ganas de luchar por mis sueños, esté gorda o no, pues la gordura se pude corregir pero usted nunca será persona hasta que no tenga la capacidad de ponerse en el lugar de los demás y respetar aquello que la rodea, empezando por sí misma – se metió en el coche y cerró la puerta.
Papá arrancó y preguntó: -¿Te despediste de tu abuela?
-  Sí - susurró mientras bajaba la ventanilla y respiraba el inconfundible aire de la libertad con una rechoncha sonrisa de oreja a oreja dibujada en su cara.

7 de mayo

Fotografía 1993


Había pasado la peor noche en mucho tiempo, como aquellas en las que esperábamos a los Reyes Magos y con la emoción del momento no sabíamos si esperar despiertos a que llegaran o intentar dormir para que entraran de una vez por la ventana. Vuelta tras vuelta no era capaz de conciliar el sueño.
Cuando el despertador sonó no le costó ponerse en pie. Levantó la persiana y vio que el día había amanecido nublado, indeciso. A veces llovía, a veces no. Como ella.
En la cama aún dormía el hombre que le iba a dar la vida que todo padre deseaba para su hija. Sin despertarle bajó a desayunar con dificultades. Se sentía más pesada que nunca.
En la cocina aquella mujer ruda preparaba ya la comida de un día de fiesta en ese pequeño pueblo olvidado donde siempre hacía frío.
Mamá se sentó al calor del brasero.
El día transcurrió como todos los días allí, contemplando por el ventanal de la cocina caer las goteras sobre las piedras del patio, donde los gatos que iban a comer las sobras de la comida se resguardaban bajo el guardabarros del tractor que descansaba tras una semana de duro trabajo. En el gallinero no había movimiento. El perro dormía enroscado junto al pajar. Las flores de mayo temblaban al ser golpeadas por la lluvia, como ella cuando salía del calor del brasero.
Cuando la lluvia paró fue contigo a dar un paseo por las calles empedradas, tristes y desoladas de aquel lugar donde nada era acogedor. Ni siquiera la pequeña plaza donde había un parque infantil escaso de alegría.
Fuera no hacía frío, así que llegasteis casi hasta la orilla del río, donde ella ahogaba sus penas y tú disfrutabas viendo los cangrejos levantar sus pinzas al aire.
De nuevo en casa empezó a encontrarse mal, pero tú no podías hacer nada y el hombre que iba a hacerla feliz estaba en el bar, como siempre.
Yo sólo deseaba hacerla sonreír, así que me empecé a inquietar por no poder estar a su lado. Y cuanto más me inquietaba yo, peor se encontraba ella, así que pensé que lo mejor era no dilatar mi presencia.
Eran las dos y media de la madrugada. El calendario ya marcaba 7 de mayo cuando entre toallas, mamá me recibió empapada en sudor. Y sonrió. Sabía que mi visita le haría sonreír.
Estábamos solas en aquella habitación blanca. Nadie nos molestaba, nadie nos observaba. Hacía calor. Entre los brazos de mamá nunca hacía frío.
Y mientras ella me pasaba su mano enorme por la frente, yo intenté acariciarla sin mucho éxito.
Y mamá por fin durmió, mientras en aquel gélido pueblo olvidado el ruido de las copas y la verbena no dejó que aquel hombre que nunca la hizo feliz escuchara el primer latir de mi corazón.