Cap. 7 - Una lista muy personal

Fotografía - 2013

Tenía ganas de estallar, necesitaba escribir sin parar y desahogarse.
Aquella mañana la nieve por fin dio la cara y una sonrisa se dibujó en su rostro después de una noche digna de dejar escrita para que alguien comprendiera su continua frustración.
Enchufó el ordenador mientras contemplaba esas enormes palomitas de maíz cayendo al suelo.
Su amigo peludo se sentó paciente en la terraza y extrañado miraba con la cabeza ladeada y las orejas levantadas los copos que se posaban en sus pezuñas desteñidas.
Se quedó extasiada mirando en un punto del cielo gris que inundaba toda la casa de claridad.
Mamá no llegaría hasta la tarde y por la mente una lista ficticia de cosas que le quedaban por hacer se hizo presente.
La música en sus oídos la transportaba, le calmaba el dolor que sentía en una parte de su conciencia por haber pensado, alguna vez, que su vida era mucho mejor sin él.
Antes de haber siquiera nacido, ya estaba celoso. En alguna parte de las entrañas de mamá, donde ella se encontraba serena y en paz ya notaba su presencia.
-       Ahora tendrás que dejarle los juguetes a tu hermanito – le decía mamá mientras paseaba uno de sus coches de juguete por la prominente barriga que ya lucía.
Él la miraba un poco indeciso mientras jugaba sobre la barriga donde ella estaba cobijada cada día. La barriga de su mamá.
El teléfono móvil sonó bajándola de su ensimismamiento. En la pantalla leyó: papá.
-       Hola
-       ¿Qué haces?
-       Nada…
-       Vamos, lo de siempre
-       Sí…
-       ¿Nada nuevo entonces?
-       No, nada.
-       ¿Y tu hermano?
-       Como siempre
-       ¿Anda por ahí?
-       Sí, está aquí tumbado en el sofá
-       Pásamelo
-       Vale, un beso
-       Un beso cuqui.
-       Toma, es papá.
-       ¿Papá? - Siempre tenía que preguntar para confirmar-
-       Sí, papá
-       Hola…
Con él la conversación siempre fue más fluida que con ella. No lo envidiaba en absoluto, nunca tuvo nada que contarle desde que todo estaba ya dicho. Ellos se entendían mejor porque se reforzaban mutuamente la conducta y así nunca había reproches. Todo estaba bien.
Desde el comienzo de los comienzos les había dejado claro en qué lugar de su lista personal estaban ubicados y a ella eso le pesaba más en el recuerdo que cualquier ápice de arrepentimiento que algún día pudiera haber demostrado.
-       Tu madre se había puesto de parto, eran las fiestas del pueblo de tu padre y la llevó al hospital para que la ingresaran – le decía su tía- madrina, que así le gustaba llamarla de vez en cuando.
-       Las enfermeras me dijeron que hasta el día siguiente no dilataría, aunque yo estaba que explotaba – decía su madre escenificando con detalle aquel momento, como si siguiera hinchada desde aquel día.
Una sonrisa se le dibujaba oyendo los detalles de su nacimiento.
-       ¿Pero no nací de madrugada?
-       Si hija, tenías tantas ganas de salir que  en unas horas me puse de parto. Me bajé de la cama y agarrada a los pies en cuclillas rompí aguas y empecé a empujar.
-       ¿Tú sola?
-       Sí – hizo una pausa – mi compañera de habitación llamó a las enfermeras que me llevaron al paritorio.
-       ¿Y papá? – preguntó un poco extrañada.
-       Tu padre se volvió a marchar en cuanto ingresé – su cara se tornó en un gesto de entre lástima y asco, no sabría explicar muy bien – había dejado la partida a medias… ya sabes…
-       Ah… - exhaló casi sin fuerza
[...]
-       Venga hija, no llores más – decía mamá mientras le daba unos besos reconfortadores.
Echaba de menos aquellos besos que de vez en cuando mamá les daba. Tenía para los dos, pero a él siempre le parecían más los que le daba a ella.
Quería irse a algún lugar. No importaba a dónde. A algún lugar lejos, donde él algún día comprendiera que ella no era su peor enemigo, sino su hermana, en cuya lista personal ella siempre había sido la última, hasta que a determinada edad comprendió que hay personas que nunca jamás pueden estar delante una misma. Mamá siempre fue la primera, y por ese motivo necesitaba abandonar el nido, ya que su primogénito tardaría en hacerlo si algún día lo hacía dadas las circunstancias y era el único remedio para tener algo de calma en casa. Su primer puesto no tenía precio. Era para mamá y eso nunca lo cambiaría nadie.
Algún día en la lista personal de mamá el primer puesto lo ocupó la abuela, que dormitaba ahora sentada frente al televisor con las gafas a punto de caer de su chata nariz. Hay puestos que se van rotando a medida que van pasando las generaciones. Otros, como el de su hermano o su padre, se quedan inamovibles durante los años, la mayoría de las veces por cosas ajenas a la voluntad de quienes tenemos que compartir la vida con ellos.