Alija, no Martínez



22 de julio de 2013, León



Hoy he decidido escribirte una carta, la forma más cobarde de decir las cosas, pero la única opción que me dejas abierta para dirigirme a ti, después de tantos días. Sin embargo, la forma más valiente de dejar perpetuas las palabras de las que ya nunca me podré retractar. Dudo que algún día desease hacerlo.
Disfruta este momento, porque ni una mirada ya tendrás de mis ojos. Desafortunadamente has dejado tantas cicatrices en estos corazones que también laten en mi pecho que es difícil no acordarse cada día de ti. No voy a decir que lo merezcas o no, no estoy aquí para juzgarte, pero tampoco para amarte.
Este paso que has dado no ha significado más que la tranquilidad en mi vida. Ya no tengo que contestar al teléfono por compromiso, no tengo que hacer visitas incómodas, ni siquiera tengo que preguntar por esa mujer que nunca me quiso (ni yo a ella) porque le recordaba a mamá. Me has quitado un peso de encima y te voy a dar las gracias por quitarme la cara cuando fui a darte aquel beso de despedida, por no mirarme a la cara el último día.
Tú, que sólo tuviste hijos para presumir, en mi caso, del talento que tenía o los estudios que cursaba, como si tú formaras parte en cualquier caso de mis sueños. Que te quede claro: que ni tú me ayudaste a cumplirlos, ni yo contaba contigo mientras trataba de alcanzarlos. Sólo debo admitir que tu incómoda presencia me enseñó cada día de mi vida lo que nunca quería llegar a ser: como tú.
Pero accedí a guardar las formas y ser diplomática. Y a pesar de no recibir nada por tu parte y aguantar menosprecios y faltas de respeto que te tomabas de broma, continué aceptando tus invitaciones, dos o tres veces al año.Tú nunca supiste hacerme sonreír. Creías que necesitaba dinero para quererte más y me decías que no tenías nada, cuando lo único que esperaba era un gesto de amor por tu parte. Y volvía a casa con los bolsillos llenos de humo de tabaco negro y el corazón empapado en un chupito de whisky barato. Y en los ojos, ni siquiera las lágrimas se atrevían a asomar del miedo que te tenía. 
Pero todo eso se acabó. Ahora lloro si me apetece, y me como un dulce o un salado sin esperar que nadie me llame “gorda”. 
 Viviré con esa palabra grabada en la mente y vuestra voz de fondo diciendo: “no creo que te haga falta a ti comer de eso”. No existe tatuaje que borre las cicatrices que has dejado en este hogar que hoy en día sigues destrozando.
No quiero nada relacionado contigo. Quiero olvidar que algún día te dije que te quería. Adoro mi vida sin ti y deseo que así se quede, pues con los años he aprendido que la paternidad es un invento de la sociedad, o de la iglesia. Tú nunca has tenido hijos, y nosotros nunca hemos tenido padre; y si así ha sido siempre, no espero que ahora cambie, ni que tú cambies. 
Has ido poco a poco apartando a todos los que algún día te quisimos de tu lado. Tus lágrimas de cocodrilo ya no me conmueven como cuando era pequeña y me hacías chantaje emocional para que mamá te perdonara. Yo ya no te perdono más. No te quiero en mi vida. A partir de ahora, voy a ser más feliz. Porque antes ya lo era, pero tu alejamiento me hace sonreír más cada día.
Y a pesar de todo, te doy las gracias, porque sin tus desprecios, sin tus insultos, sin tus maltratos, sin tus vicios… Yo no hubiera aprendido jamás lo que de verdad importa en la vida. Y tú, ahora, en la mía no importas nada.

Te quiso: Mónica Alija. Ya no quiero ser Martínez