![]() |
Fotografía - 2013 |
Tenía ganas de
estallar, necesitaba escribir sin parar y desahogarse.
Aquella
mañana la nieve por fin dio la cara y una sonrisa se dibujó en su rostro
después de una noche digna de dejar escrita para que alguien comprendiera su continua
frustración.
Enchufó el ordenador
mientras contemplaba esas enormes palomitas de maíz cayendo al suelo.
Su amigo
peludo se sentó paciente en la terraza y extrañado miraba con la cabeza ladeada
y las orejas levantadas los copos que se posaban en sus pezuñas desteñidas.
Se quedó
extasiada mirando en un punto del cielo gris que inundaba toda la casa de
claridad.
Mamá no
llegaría hasta la tarde y por la mente una lista ficticia de cosas que le
quedaban por hacer se hizo presente.
La música en
sus oídos la transportaba, le calmaba el dolor que sentía en una parte de su
conciencia por haber pensado, alguna vez, que su vida era mucho mejor sin él.
Antes de
haber siquiera nacido, ya estaba celoso. En alguna parte de las entrañas de
mamá, donde ella se encontraba serena y en paz ya notaba su presencia.
-
Ahora
tendrás que dejarle los juguetes a tu hermanito – le decía mamá mientras
paseaba uno de sus coches de juguete por la prominente barriga que ya lucía.
Él la miraba
un poco indeciso mientras jugaba sobre la barriga donde ella estaba cobijada
cada día. La barriga de su mamá.
El teléfono
móvil sonó bajándola de su ensimismamiento. En la pantalla leyó: papá.
-
Hola
-
¿Qué
haces?
-
Nada…
-
Vamos,
lo de siempre
-
Sí…
-
¿Nada
nuevo entonces?
-
No,
nada.
-
¿Y
tu hermano?
-
Como
siempre
-
¿Anda
por ahí?
-
Sí,
está aquí tumbado en el sofá
-
Pásamelo
-
Vale,
un beso
-
Un
beso cuqui.
-
Toma,
es papá.
-
¿Papá?
- Siempre tenía que preguntar para confirmar-
-
Sí,
papá
-
Hola…
Con él la
conversación siempre fue más fluida que con ella. No lo envidiaba en absoluto,
nunca tuvo nada que contarle desde que todo estaba ya dicho. Ellos se entendían
mejor porque se reforzaban mutuamente la conducta y así nunca había reproches.
Todo estaba bien.
Desde el
comienzo de los comienzos les había dejado claro en qué lugar de su lista
personal estaban ubicados y a ella eso le pesaba más en el recuerdo que
cualquier ápice de arrepentimiento que algún día pudiera haber demostrado.
-
Tu
madre se había puesto de parto, eran las fiestas del pueblo de tu padre y la
llevó al hospital para que la ingresaran – le decía su tía- madrina, que así le gustaba llamarla de vez en cuando.
-
Las
enfermeras me dijeron que hasta el día siguiente no dilataría, aunque yo estaba
que explotaba – decía su madre escenificando con detalle aquel momento, como si
siguiera hinchada desde aquel día.
Una sonrisa
se le dibujaba oyendo los detalles de su nacimiento.
-
¿Pero
no nací de madrugada?
-
Si
hija, tenías tantas ganas de salir que
en unas horas me puse de parto. Me bajé de la cama y agarrada a los pies
en cuclillas rompí aguas y empecé a empujar.
-
¿Tú
sola?
-
Sí
– hizo una pausa – mi compañera de habitación llamó a las enfermeras que me
llevaron al paritorio.
-
¿Y
papá? – preguntó un poco extrañada.
-
Tu
padre se volvió a marchar en cuanto ingresé – su cara se tornó en un gesto de
entre lástima y asco, no sabría explicar muy bien – había dejado la partida a
medias… ya sabes…
-
Ah…
- exhaló casi sin fuerza
[...]
-
Venga
hija, no llores más – decía mamá mientras le daba unos besos reconfortadores.
Echaba de
menos aquellos besos que de vez en cuando mamá les daba. Tenía para los dos,
pero a él siempre le parecían más los que le daba a ella.
Quería irse a
algún lugar. No importaba a dónde. A algún lugar lejos, donde él algún día
comprendiera que ella no era su peor enemigo, sino su hermana, en cuya lista
personal ella siempre había sido la última, hasta que a determinada edad
comprendió que hay personas que nunca jamás pueden estar delante una misma.
Mamá siempre fue la primera, y por ese motivo necesitaba abandonar el nido, ya
que su primogénito tardaría en hacerlo si algún día lo hacía dadas las
circunstancias y era el único remedio para tener algo de calma en casa. Su
primer puesto no tenía precio. Era para mamá y eso nunca lo cambiaría nadie.
Algún día en
la lista personal de mamá el primer puesto lo ocupó la abuela, que dormitaba
ahora sentada frente al televisor con las gafas a punto de caer de su chata
nariz. Hay puestos que se van rotando a medida que van pasando las generaciones.
Otros, como el de su hermano o su padre, se quedan inamovibles durante los
años, la mayoría de las veces por cosas ajenas a la voluntad de quienes tenemos
que compartir la vida con ellos.
Momo... tienes una bonita manera de contar la vida... esa vida que a veces se nos torna tan dolorosa, tan dura, tan asfixiante... pero donde encontramos también satisfacciones, muchas o pocas, pero satisfacciones.
ResponderEliminarTe mando un abrazo extremeño desde estas sierras Villuerquinas.
Tu siempre amiga
María
Gracias María.
ResponderEliminarEspero poder aliviar, con mi lectura, alguno de tus dolores, por pequeño que sea.
Gracias por el abrazo se agradece.
Te mando mucha fuerza por aquellas sierras :)