La brisa

Autorretrato - Óleo sobre tabla
Él se refugiaba tras esa fachada de hielo que día tras día aprendió a levantar. No quería nada más allá de un trato cordial con quienes le rodeaban, sabía que cuando dabas un poco más de tí mismo terminaban apuñalándote por la espalda, dejándote a las puertas del que siempre creiste tu paraíso, y sin algo de ropa que hiciera más llevaderas las frías noches de aquella ciudad que le vió crecer. No quería nada más... o en el fondo lo deseaba, pero las magulladuras de años pasados le impedían dejarse querer.
Ella caminaba risueña, cada día, por las aceras de la calle que ha visto cómo se esfumaban sus ilusiones, disfrutando de la brisa que como cada mañana, juega con su pelo. No era consciente de que se ocultaba de algunas situaciones que ya había vivido repetidamente bajo la capucha de aquella sudadera negra que solía vestir para sentirse cómoda y resguardada de las frías mañanas de aquella ciudad que la vió crecer. Ahora sólo vivía el día a día, sin renunciar a los placeres que se le presentaban y tratando de no engancharse de nada que le cortara las alas que le daban su libertad. Le gustaba sentir la brisa en su cara...
Él se distraía para no pensar que estaba solo, y buscaba entretenimientos que quizás una noche sobrepasaran la línea que separaba lo correcto de lo menos correcto.
Ella buscaba ocupar el tiempo que quedó vacío tras la pérdida de la Ilusión aprendiendo a enseñar a vivir una vida que a ella se le escapaba de las manos.
A él le gustaba la velocidad.
Ella amaba vivir rápido para no darse cuenta de todo lo que había perdido.
Él quería alguien que escuchara los latidos de su corazón, pero que no le pusiera límites de velocidad.
Ella deseaba tener entre sus manos las Ilusiones de algún corazón roto para poder ayudarle a alcanzar lo que ella nunca pudo.
Se necesitaban, pero no lo sabían.
Cada día se cruzan por las aceras de la rutina y sus miradas se gritan algo que sus oídos no entienden...

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