La llamaban Mary (parte III)

Desnudo - Óleo 2010

Regresaste igual que la lluvia que llevaba tanto tiempo sin caer. Todo se llenó otra vez de luz y de alegría. Todo aquí estaba mejor, todos nos alegrábamos de que estuvieras de nuevo en nuestras vidas.
Se acabó la lluvia, y con ella tu presencia, con la que calmaste tanta sed.
Quiero imaginar que viniste para recordarme que no te has ido aunque no te vea, que sigues a mi lado aunque no estés aquí.
Me dejaste un relevo en tu lugar, un joven de noble corazón y tímida sonrisa, dispuesto a llenar el vacío que tú nos dejaste. Ese vacío siempre quedará…
Han pasado los días, y me queda la sonrisa que dibujaste en un rincón de mi corazón. En cada paso que doy, te veo por aquí danzando, subiendo y bajando, asomando, te oigo riendo… Después de todo, tu regreso me ha dejado más tranquila, aunque sé que ahora, ya no volverás. Prometiste tu palabra y ahora seguirás tu camino, que deseo sea muy feliz. Estoy segura de que a alguien como tú sólo le pueden suceder cosas buenas.
Son las 00:30. Apago las luces de este antro que durante tantos días me ha regalado cosas buenas. Los clientes, todos tan diferentes… Los compañeros… tú… él…
Caminamos juntos hacia la misma dirección, hablando sobre tu partida, sobre cuánto te echaríamos de menos, sobre el vacío que nos has dejado. A él le quedaba el consuelo de tenerme a mí, que aprendí a tratarlo con los días, que aprendí a quererlo con el tiempo. Lo que él no sabía es que yo no estaría allí por mucho tiempo más.
El frío se colaba por los agujeros de mi bufanda negra. No podía levantar la mirada del suelo, y él lo notó. Te puse a ti de excusa, pero los dos sabíamos que había algo más.
De camino a casa hablamos de los buenos ratos que habíamos compartido. Tu, el, yo… De las fiestas sin maquillaje, de las noches de locura bajo la atenta mirada de una cerveza ¿rubia? No, pelirroja… De los besos robados, de las sonrisas de complicidad. No soportaba la idea de dejarle, porque sabía en primera persona lo que se siente cuando te dejan sin ganas de volver al lugar donde por unas horas, podías sonreír sin sentirte culpable de ser feliz.
No supe decirle que nos quedaban pocos días de complicidad, de llévame a casa, de dame dos besos, de ¿una caña con limón? Sí, como siempre… Nos quedaban pocos días en el bolsillo y los quise aprovechar al máximo. Sé que no le gustan las despedidas, por eso me quiero despedir poco a poco, sin decir adiós, igual que hiciste tú conmigo, dejándome en la sonrisa la esperanza de verte aparecer de nuevo por aquella puerta que tantos rostros ve pasar cada día.
Nos abrazamos a la puerta del portal, bajo la tenue luz que ilumina la tristeza de los enamorados, bajo la tenue luz que ilumina la falsa alegría de los solitarios. Me dio dos besos, como siempre, mientras yo seguía pensando cómo alejarme sin hacer ruido. Me prometió un “hasta mañana” sin saber que mañana ya no me vería, y cuando iba a doblar la esquina, se giró susurró: “te quiero…”
Virginia, en ese momento recordé su nombre. Ya no era Mary, la tabernera dicharachera que con un punto de locura me regaló su corazón. Era Virginia…
Enmudecí en ese instante. La luna, del tamaño de un queso, contemplaba la escena. “Yo también…” suspiré mientras se giraba y doblaba la esquina. “…te quiero” terminé mientras subía las escaleras que me llevaban al sueño eterno del que jamás he querido despertar ya.
                                      Fin...?

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