Gajos de naranja amarga

Dibujo a ordenador - 2012
Estaban todos reunidos en aquel salón tan mal iluminado, sólo faltaba él, como cada noche, como casi siempre.
La pequeña preguntaba por él, y mamá siempre encontraba alguna respuesta recurrente que darle para que nunca dejaran de ser niños en edad de imaginar, de jugar, de disfrutar de aquella naranja ácida con azúcar que tanto le gustaba a su hermano y que mamá les preparaba para que fueran felices a la cama. Sólo un buen postre a la hora de acostarse convertía el peor de los días en una jornada inolvidable... y su madre lo sabía, asi que les endulzaba los días que amargos pasaban para ella.
Era la hora del postre, David se frotaba las manos mientras chinchaba a su hermana diciéndole que se comería también su postre. De repente, se oyó al otro lado de la puerta el sonido de unas llaves que se disponían a abrir la puerta de casa. Todos cogieron aire y sus semblantes se tornaron de preocupación. Se hizo el silencio...
Un portazo retumbó en sus oídos. La televisión pasó a un segundo plano, y hasta mamá se quedó quieta en la cocina, esperando.
El primogénito se levantó a saludarle, contento porque esa misma tarde había comprado unas botas de fútbol que deseaba enseñarle a toda costa. Dejó el postre en la mesa, mientras su hermana empezaba a saborear tímidamente el primer gajo de una naranja que jamás olvidaría.
Su voz empezó a elevarse más de lo normal, y de un bofetón, a David se le cayeron las botas de fútbol nuevas al suelo. Le miró a los ojos sin comprender muy bien qué pasaba. Cuando se arrodillaba a recogerlas, una gota de sangre se deslizaba de su discreta nariz hasta sus labios: "perdóname, papá..." sollozó.
Mamá salió de la cocina intentando poner una nota de concordia, pero a ella también le dió las buenas noches de la única forma que sabía.
Se acercó con la mirada encendida a la pequeña. Ella le miraba con lágrimas en los ojos, quieta, con un gajo de naranja en la mano y sin poder saborear el que le quedaba en la boca."¿Y tú qué miras?" Agachó la mirada, y recibió un golpe inesperado. Desde el suelo, quieta, veía a mamá gritando mientras se acercaba a ella, pero papá no la dejó. David salió corriendo de casa a pedirnos ayuda.
Lo único que recuerdo fue el último aliento de aquella niña. Se ahogó en la amargura de aquella naranja que mamá tantas veces intentó endulzar...



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