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Molinos de viento - Fotografía 2012 |
Llegó con su sonrisa envolviéndolo todo de
aire fresco. En aquella bolsa blanca Virginia traía sus mandiles y sus
camisetas limpias. Había vuelto, tal y como prometió, pero ambas sabíamos que
no sería para siempre, así que la dejé partir, pues sabía que ahí fuera estaba
su felicidad. Algún día yo sería feliz con ella ahí fuera…
Posó la bolsa sobre la barra y entre juegos
de palabras cruzadas, no podía dejar de pensar en todas las despedidas a las que
me tuve que enfrentar a lo largo de mi corta vida.
Cuando era pequeña creía que las peores eran
las de papá, cuando se presentaba en el colegio suplicando una segunda
oportunidad para ablandar los corazones que anteriormente él mismo había
maltratado.
Con el paso del tiempo aprendí que las peores
despedidas son aquellas que sumen tu vida en un sinsentido.
La partida de aquel hombre no sólo nos ayudó
a seguir adelante, sino que nos enseñó todo el coraje y la valentía de la que
disponía mamá para sacarnos adelante, aunque yo personalmente tardara en
comprender su partida. Fue una bendición, por eso no fue duro aprender a vivir
sin él. Fue un alivio.
Pero a veces hasta el alivio duele, cuando
quien parte deja tras de sí cicatrices que nunca, jamás, podrán borrarse de
nuestras pieles…
Virginia se fue con el aire gélido del mes de
noviembre.
-No me llames esta noche, que no voy a salir-
Me dijo con esa chispa de vida en su mirada.
Sabía que no era un adiós. Por eso la miré tranquila mientras abría la puerta, y ella,
como siempre, se despedía haciendo sus típicas payasadas que eran la sal de
nuestro día a día.
-¡Hablamos!- Exclamé ya un poco tarde.
El viento se la llevó, y mientras pasaba la
bayeta por el mostrador rojo, sólo deseaba que el cierzo me llevara a mí
también con ella…
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