Cap. 5 - Ira contenida

Abrazos de madera - Fotografía 2012

Era sábado y el ocio la empujaba a escribir en su ordenador guardado en algún rincón de la casa nueva en la que hacía poco vivían.
Con él sobre su regazo comenzó a escribir uno de tantos capítulos que su historia contenía.
A su lado en el sofá estabas tú, tumbado, como casi siempre. Con el mando de la televisión en la mano y con ese tic imborrable en tu pierna derecha. Mirabas la tele, como siempre, con la mirada perdida en alguna parte de tu mente; no la veías, la mirabas ausente.
Ese era tu territorio, como aquella noche años atrás le habías dejado claro cuando ella quiso sentarse en el lado del sofá donde tu acostumbrabas estirar las piernas, y tirándole de los pelos la lanzaste al suelo mientras entre insultos y voces le dejabas claro que ese “era tu sitio”.
Y después una patada, y un puñetazo.
Mientras se cubría la cabeza enroscada en el suelo, pensaba en todos los días que llorando jurabas que nunca serías como papá. Ahora ella tomó el relevo, y se dejó muerta en el suelo. Esta vez no merecía la pena luchar…
En tu ausencia decidió apagar la caja donde tu mente fijaba la vista para viajar a aquellos mundos donde nunca nadie había coincidido contigo. A tu vuelta la furia se desató y regresó a aquel día en que dejó de respirar unos segundos tras aquel golpe desafortunado en el estómago.
-¿Qué haces, gorda de mierda?
Tus insultos ya hacía mucho que no le afectaban lo más mínimo. Pero pensar que en el fondo nunca nada había cambiado… Eso sí dolía.
Ella estaba dedicándote su historia mientras con tu mano increpadora, de nuevo te abalanzaste sobre ella con los ojos bañados en ira.
No te miró. Lo que tuviera que ser que fuera, sabía que luchar contigo no tenía sentido y encima te sentirías satisfecho por haber ganado esa batalla.
-¡¡¿¿Me estás oyendo??!!- le gritó mientras le golpeaba amenazante en el hombro izquierdo.
-¿Qué pasa? – preguntó mamá.
-La gorda de tu hija, que es una caprichosa y una consentida- Gritó.
-¿A ti te ha faltado alguien al respeto? – le preguntó con tranquilidad mamá.
Mientras paseabas nervioso de un lado al otro del salón gritaste: -¡¡¿¿Me quieres dar el mando de la televisión??!!
-Está ahí- susurré sin despegar la mirada de la pantalla del ordenador y preguntándome por qué había decidido dedicarte mi historia, si nunca jamás te molestarías en leerla, si nunca la comprenderías, si nunca la aceptarías…
Ahí estaba el mando de la televisión, en “tu sitio”. Pero la Ira te tenía cegado…

5 comentarios:

  1. ...uf. qué duro! pero aprecio la belleza del relato y del estilo. Talento! Loco enamorado!

    ResponderEliminar
  2. Gracias por lo bien que escribes eres unica

    ResponderEliminar
  3. Gracias a ti por leerme... Y hacerme única ;)

    ResponderEliminar