Cap. 4 - Dulces sueños con sabor amargo



Café - Fotografía 2012

Un punzante dolor en la espalda la despertó aquella mañana con lágrimas en los ojos. Se incorporó con dificultad mientras su amigo peludo movía energéticamente la cola anunciando que la hora de pasear se acercaba.
-Hola gordo…- Susurró con dificultad mientras se apartaba el pelo enredado sobre su cara.
Los primeros calambres del día recorrieron sus pies y cojeando llegó hasta la ventana, donde tras levantar la persiana se sumió en el recuerdo de aquel gélido invierno del 2008…
Había aprendido a despedirse de todos los hombres que fueron apartándola de sus caminos, había aprendido a sobrevivir, a adaptarse, a curar sus heridas y a vivir con sus respectivas cicatrices. Pero aún no había conseguido olvidarle a él…
Sonreía ensimismada en la niebla que ese día se había apoderado de la ciudad. Recordaba la melodía de aquella canción que tantas noches acompañó sus caricias, que tantas fiestas amenizó, que a tantos buenos momentos había servido como banda sonora: Sweet Dreams…
Fue tan feliz, que no conseguía borrar de su corazón todo lo que en ese tiempo compartieron.
El cristal se empañaba, como sus ojos perdidos en algún lugar de aquel recién llegado 2011.
-Nunca dije que no te quisiera – dijo contra la ventana sin quitarse aquel día de la cabeza.
Su compañero de aventuras peludo le llevó un paño de cocina en la boca. Sabía que aún le quedaba mucho que llorar y no se entretuvo con un pañuelo más pequeño que más tarde tendría que reemplazar.
Aquellos días tuvo que aprender a asumir las consecuencias de las decisiones que había tomado. No fue fácil dar ese paso y aún hoy, mientras las piernas le flaquean, se pregunta si hizo o no lo correcto.
Su amigo le arañó la pierna una vez para que no se olvidara que estaba ahí, esperando por ella. Lloriqueó un poco, y otra vez, con la otra pata sobre su pierna, y luego con el hocico, hasta que le mordió la zapatilla y la bajó de sus pensamientos.
-Menos mal que te tengo a ti – Sonrió de la manera más triste que León jamás había visto.
Sobre el cristal empañado dibujó un corazón, y dentro, un ocho. Abrió la ventana para que el olor de tantas noches en vela se aireara. El corazón desapareció automáticamente, y comencé mi día con una esperanza perpetua en mi cabeza:
-Quizás algún día el vaho de nuestra pasión nos descubra ese corazón que lleva latiendo desde ese día 8…

2 comentarios:

  1. El perro es el mejor amigo de la mujer, pero no olvides, Momó, que aquí tienes a alguien que q pesar de sus relativamente frecuentes asocializaciones, te quiere con locura (L). ;)

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