Autorretrato - tranfer |
No
había nada peor para ella que ser consciente de la realidad y no querer
creérsela. Pero ya sabes cómo somos a veces, que nos gusta ser esa persona
especial en la vida de alguien que sólo tiene hueco para sí mismo en su vida. Y
nos machacamos pensando que algo no estamos haciendo bien porque sus suspiros
no los provocamos nosotros; porque no somos con quienes desean compartir sus
experiencias, su camino. Y así pasan los días, creyendo como ella creía, que
algún día todo sería diferente. Pero a ella se le empezaron a pasar los años sin que nada en su corazón hubiera
cambiado. Bueno, si, el vacío en su pecho cada minuto se hacía más grande.
Esta
historia ya la conoces, y sé que no te gusta nada oír hablar de él. Pero es
necesario que te cuente la verdad que yo viví junto a ella.
Les unió
el destino, con una visita inesperada del hombre al que ella más ha querido en
su vida: su primo.
Aquella
mañana soleada de noviembre su primo fue a tomar un café sólo pero acompañado al restaurante donde ella
llevaba unos meses trabajando. Su acompañante pidió zumo de naranja natural. Podría
decir que fue el zumo natural más insistente que yo he conocido. Discreto, pero
insistente. Ella no tenía muy claro querer iniciar algo en una época de
estudios, trabajo, idiomas, en la que el alma se despista y juega batallas que
muchas veces no somos capaces de lidiar. Pero sus ojos azules creo que la
convencieron, y su falta de interés a posteriori, la convenció de que ese zumo
era una buena opción, pues nunca había probado el dulzor de una fruta que la
dejara espacio para vivir tu vida. Y así fue como se dejó engañar por una
naranja que poco a poco se fue volviendo ácida.
No voy
a entrar en detalles. De sobra es sabido que cuando nos enamoramos, perdemos la
noción de lo que es justo y de lo que deja de serlo, perdemos nuestras propias
convicciones, e incluso podemos llegar a perder la dignidad, como le pasó a
ella, dejándose llevar por la esperanza de que cuando él confiara en ella,
sería capaz de dar un paso más, sería posible pasear con él y darle la mano por
la calle o abrazarlo. Pero los días se escurrían por el calendario de una vida
que iba pasando sin haber compartido ni una mirada bajo la intimidante
presencia de una catedral cada día más llena de historias que contar.
Nunca
hubo tiempo para ella. Me lo contaba en cada café que compartimos, y en su
mirada se adivinaba el dolor de estar dándolo todo por él y no sentir siquiera
una caricia de correspondencia. Todos le decíais que no se merecía eso, y sin
embargo ella era al único que deseaba. Cuando otro hombre la sonreía, ella sólo
podía pensar en los ojos azules que la conquistaron al otro lado de la barra
donde empezó a fabricar sueños sin saberlo.
Nadie
sabía que existía una persona tan buena y honrada como ella. Yo no daba crédito
cuando me decía con esa sangre fría a veces hiriente que ella en su vida era un
fantasma. Nadie la conocía. Y nadie la conocerá.
Siempre
he creído que la vida nos regala la compañía de ciertas personas para
empaparnos de su vitalidad, de su alegría, para comprender que la vida no es un
castigo como muchos creen, sino que puede ser un regalo maravilloso. Y siempre
he creído que esas personas no deberían pasar desapercibidas, porque lo que
tienen que enseñarnos y regalarnos, es mucho y muy grande. Pero él no le dio la
opción de compartir nunca nada a su lado, cuando ella le hubiera enseñado la
esencia de vivir sólo con un gesto, con una mirada. Créeme si te digo que no le
hacían falta las palabras para mostrarte con una sonrisa el universo. Su
universo. Nuestro universo. Y se moría de ganas de mostrárselo a él, pero nunca
pudo. Siempre había algo mejor que ella esperándole al otro lado del umbral de
una puerta que nunca jamás debió haber cruzado si lo que deseaba era quedarse
detrás, en la rutina de una vida de libertad que te regala la sensación de
dominar tu vida como quieres, pero cuyo precio sólo se paga con la soledad.
A él
no debía importarle estar solo. Pero considero, y no por conocerla a ella de la
manera que la conozco, que fue egoísta desde el momento en que no la avisó de
cómo era. Mamá siempre dice que el zumo natural hay que bebérselo deprisa
porque sino las vitaminas se oxidan y se pierden. A él le pasó eso, pero la
culpa fue de ella por querer beber un zumo natural a sorbitos.
Sé que
va a llorar cuando se dé cuenta de que el trago que le queda está amargo. Y sin
vitaminas. Creo que no le quede ni pulpa a ese dichoso zumo de naranja. Pero
para apreciar lo dulce, necesitamos momentos amargos en nuestra vida.
Es una
pena que tanto amor se haya quedado flotando en el aire, y que no lo haya
sabido apreciar. Hubiera sido muy feliz a su lado. Pero está claro que no
podemos cambiar la naturaleza de las personas, y quien nació para ser bebido de
un trago y sin pensarlo, no podemos pretender transformarlo en una infusión que
nos calienta las manos y nos colma de sensaciones en cada sorbo que le damos.
Otros
hemos nacido a la espera de un buen café sólo y bien cargado, que nos mantenga
despiertos y nos dé suficiente energía para acabar con dignidad lo que una mañana
soleada de noviembre comenzamos.
Va por ti Guillermo, por lo bien que lo has hecho todos estos años...
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