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Boceto - Grafito 2014 |
Se
quitó los calcetines negros de la rutina que le dejaban los pies siempre llenos
de cansancio entre los dedos. Se sacudió un par de veces sin éxito, y de camino
a la ducha iba dejando los restos de una larga jornada a su paso por aquel
pasillo enmoquetado de soledad.
Cada
día la misma rutina. La misma gente. El mismo despertar alejada del sol. Cada
día al volver a casa el mismo sudor que empapaba su espalda dolorida de
recuerdos le regalaba un estremecedor escalofrío que le hablaba más alto que el
canto de las gaviotas sobre los tejados deteriorados por el salitre del mar.
Un
día tras otro el mar. Un día tras otro la lluvia. Un día tras otro un día más
que era también un día menos en su diario de “Sueños para fabricar”. Y el reloj
parecía un ladrón que le arrebataba los días al calendario, lleno de polvo, que
confiado seguía pensando que el frío mes de diciembre quedaba aún muy lejos de
allí.
Sobre
la cama un polo negro, unos pantalones negros que la rutina había manchado con
las abrasadoras gotas de la desilusión y el mandil, descansaban hasta la mañana
siguiente. Y mientras, ella en silencio, se reencontraba cada día con el
recuerdo de tus ojos también negros; con el recuerdo de tu sonrisa; con tu olor
a Charlotte.
En
un butacón lleno de historias que contar reposaban cinco libretas aún por completar,
tres libros por leer y una vida por contar. A la luz de las velas abrió aquel
cuaderno que le devolvía cada día un poquito ti. Y escribió. Y dibujó. Y soñó…
El
sol se escondía cada vez antes, pero a veces las lágrimas se le adelantaban, y
el arco iris le recordaba, metida en aquel sótano en el que apenas entraba la Esperanza
a través de aquellas ventanas protegidas por las telas tejidas por el Miedo, que hasta de la tristeza se pueden sacar
obras de arte muy hermosas. Y pensó en ti. Y sonrió por ti. Y lloró sin ti.
Estaba
descalza el día que la conocí. Dibujaba, junto a una estatua de madera que
había en el paseo, el paisaje bucólico que nos envolvía a cuantos pasábamos por
allí. No levantó la vista de su cuaderno hasta que yo la interrumpí. Y en sus
ojos adiviné la Soledad y la Pasión. En sus manos sujetaba un puñado de
Ilusiones de colores ya sin punta. Me sonrió, como cuando me sonreías tú al
ponerme el café cada día, como cuando se te acaban los recuerdos y tienes que
usar la imaginación para volver a ese lugar del que un día huiste.
No
hablábamos el mismo idioma pero compartíamos una ilusión: volver a tenerte
cerca.
Ella
se quedó allí, intentando imaginar cómo sería volver a tenerte entre sus brazos
mientras cada día, el cansancio se acumulaba entre los dedos de sus helados
pies y escribía una libreta azul para no olvidar nunca todo cuanto
compartisteis.
Yo
decidí volver, porque me di cuenta de que cuando amas con todo el corazón, no
se puede sobrevivir de la Imaginación. E imaginarte no era suficiente para mí.
A
veces pienso en ella. Me pregunto si seguirá yendo a ese paseo a dibujar. Si
seguirá trabajando en aquel hotel de dos estrellas tan familiar. Y cada día que
te veo sonreír la recuerdo a ella con sus Ilusiones en la mano y la Pasión en
su mirada. Y no sé si la cobarde fue ella por quedarse allí o fui yo por venir
donde todo me recuerda aquellas telas tejidas por el Miedo que no dejan entrar
la Esperanza en nuestros corazones…
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