Redactando recuerdos

Tarjetas de visita, 2014


La niebla apenas nos dejaba acertar del color que vestían aquella tarde nuestros ojos, pero en su forma de hablar adiviné la pena profunda en la que estaba sumida su alma.
Al otro lado de la taza de un té más rojo que el rojo con el que un día me pintaron el corazón, dijo en tono confidente que lo único que sabía era que la vida le debía algo. En ese momento comprendí por qué sus ojos tenían algo especial.
Eran las cinco de la tarde y como siempre, rogabais a mamá que os acompañara al parque que había debajo de vuestra casa. Nunca llegasteis a comprender los miedos que ella albergaba porque vuestros ojos sólo llegaban a ver a una distancia prudencial, la de dos niños de siete y diez años. Pero con el tiempo comprendimos que la infancia que creíamos robada injustamente, nos fue devuelta entre sus brazos colmados de calor.
Aún me acuerdo de tu camisa de cuadros que años más tarde heredé y de aquella chupa de borreguito que mamá te ponía con tanto cariño para que no cogieras Tristeza al salir de casa. Tu pelo rebelde anunciaba tu personalidad desde bien pequeño.
A veces quiero olvidar pero no puedo, y las lágrimas que te hacía derramar aquel hombre bajo un apodo ya fuera de lugar, aún destiñen una mitad de mi corazón que siempre fue tuya. Y con el tiempo se me decoloró el amor, y te fuiste difuminando, y te fui perdiendo…
Anoche soñé con las fotos que mamá nos hacía para inmortalizar aquellos años en los que disfrazábamos nuestros golpes con sonrisas marchitas de miedo. Y sonrío. Al menos esos días te tenía conmigo siendo más tú que nunca.
Le dí un sorbo a mi té. No le quería mentir. Hace tiempo comprendí que lo que la vida te roba jamás te lo devuelve, pero el mismo tiempo que te hace comprender eso te demuestra que te recompensa dicha pérdida con otros gestos, con otras personas, con otros sentimientos, con otros colores…
El sol se aventuró a hacerse un hueco entre la niebla, y pude ver que igual que tu pérdida me dejó medio corazón gris, la Pena en la que se sumía su alma había desteñido uno de sus ojos y avanzaba intentando adueñarse del otro.
Tras un té verde como verdes eran tus ojos, le dije en un hilo de voz que de lo único de lo que estaba segura era de que encontraría en unos brazos colmados de calor la compensación a todo lo que creía injustamente robado. Y en ese momento comprendió por qué mi corazón tenía algo especial.

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