Tarjeta de visita, 2014
Aún recordaba aquella casa
enmoquetada de lejanía. Aún podía sentir el olor peculiar a tristeza cuando
subía peldaño a peldaño aquellas escaleras que le acercaban cada día un poco
más al cielo donde reposaban sus sueños. Pero todo era diferente ya, salvo la
niebla que humedecía sus mejillas coloradas de la vergüenza de haber dejado
atrás aquella vida tan dura pero tan enriquecedora que yo le ofrecía.
Parecía un viaje eterno.
Eterno como los ojos que buscaba cada día en su largo vuelo en el que no
encontraba dónde parar a descansar sin que el viento, cargado de inseguridades,
la zarandeara. Y no encontró nada mejor que tu sonrisa.
Atrás quedaban aquellos
prados inspiradores que llenaron cientos de hojas en blanco que un día un soñador,
quizás tan perdido como ella, quiso titular “Alicia en el país de las
maravillas”. Atrás quedaban aquellos suspiros embriagados de sinsabor. Atrás
quedaban aquellos ojos azules que un día le sirvieron de espejo. Atrás quedaba
ella misma antes de que nadie la hubiera conocido. Atrás quedó todo lo que
anclaba sus pies a la tierra como las raíces de esos árboles milenarios que,
sin saber por dónde avanzar, se apoderan del terreno ajeno y desolado que
agarra sus raíces para sí con egoísmo. Con egoísmo me la hubiera quedado para
siempre…
Le ofrecí el mar. Le
ofrecí el canto de la Libertad. Le ofrecí el más verde color esperanza con el que
jamás su alma hubiera pintado. Pero prefirió tu sonrisa. Y se llevó las alas
que con mis lágrimas yo misma le zurcí.
Era noviembre y a pesar de
todo brillaba el sol, no sólo en mi cielo, sino también en su corazón, que
latía cada vez más deprisa por saberte un poquito más cerca de ella. La vi
subir en aquel autobús lleno de soledades sin contar, y nunca jamás volvió al país
de las maravillas, donde cada calle guarda ahora una de sus carcajadas, la
mejor de sus lágrimas y posiblemente algún resto de grafito más afilado. No sé
qué hice mal. Quizás no debí reparar sus alas, pues me la llevaron lejos de aquí.
Quizás nunca debí mostrarle ese horizonte que a ella le gustaba contemplar con
la mente en blanco sentada en la comisura de mi sonrisa mientras sujetaba entre
sus manos la libreta que tú le regalaste. Quizás nunca tuve esa cálida sonrisa
que cada día le daba fuerzas para seguir lejos de ti… No lo sé.
Ya han pasado dos meses
sin ella. Se fue el día nueve, como el nueve en el que tú tanto crees. Y aunque
sigue buscando unos ojos donde parar a descansar sin que el viento la zarandee
dañando sus alas nuevas, ella siempre se quedará con tu sonrisa.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario