Leche fría y sin grumitos

"Desayuno y merienda" - Fotografña 2012
Se sentaron en el banco de aquel parque donde ella pasaba tantas horas con su amigo peludo. Quizás el único que le había sido fiel desde que estaba junto a ella.
Él imaginaba qué iban a prounciar sus labios, pero esperó pacientemente a que ella se armara de valor.
Su corazón latía con más fuerza que nunca. Las palabras se amontonaban en su pecho, las ideas se agolpaban en su cabeza, su mirada estaba perdida en algún punto de algún árbol donde algún día la sombra calmó su calor.
-Ya no te quiero.
-Vale. Él no levantaba la mirada del suelo mientras con movimientos cortos y rápidos bailaba el pie derecho con un tic nervioso.
-¿Eso es todo?
-Si. Como tú me dijiste un día, no voy a obligar a nadie a que me quiera. Si ya no me quieres tengo que aceptarlo.
El latir del corazón no le dejaba oír su mente.
-Me vas a dejar marchar así, sin más...
-Si es lo que quieres yo no te voy a retener.
Se juró antes de atravesar el umbral de casa que no iba a derramar ni una sola lágrima. No por él. Pronto notó que su corazón la ahogaba y sus ojos se humedecían. Anunció un final trágico, pero supo guardar la serenidad.
El viento ondeaba su pelo suelto que, más libre que nunca, se enredaba entre sus pestañas y no la dejaban ver con claridad.
Se giró.
-Mírame a la cara.
Él la miro con esa mirada profunda que siempre se mantuvo fría como un témpano.
-Qué.
Ambos dejaron que las lágrimas regaran sus corazones sedientos el uno del otro.
No aguantó un segundo más y retirándole la mirada dijo con la voz entrecortada: -¡Qué idiota soy! Hubo un día que creí que yo era especial para tí.
Con una sonrisa irónica se secó las lágrimas que el amor tarde o temprano te obliga a derramar.
Él, muy suavemente, casi con toda la dulzura que nunca tuvo con ella la agarró por la barbilla y giró su cara hacia sí mismo.
-Eres especial. No te quiero perder.
El corazón le dolía más que nunca, y a pesar del estrépito que había en su interior fue capaz de escuchar su mente y susurrar: -Ya hace mucho que me perdiste...
Cabizbaja apartó la cara mientras él apretaba los labios, no sé si con rabia o con pesar.
Una ráfaga de viento despeinó su pelo ondulado. Mientras se recomponía él ya se alejaba, apretando los puños dentro de los bolsillos de su pantalón vaquero.
Le vió marchar más serena que nunca. El viento secó sus mejillas y mientras respiraba hondo se juraba una vez más no caer en la misma trampa.
Se tumbó en aquel banco envejecido por el tiempo y por las inclemencias del tiempo que día a día soportaba.
Sonreía mientras se dejaba mezclar con el olor a hierba recién segada.
Era la hora de tomarse un cola-cao, aunque ya no tuviera quién se lo preparara frío y sin grumitos...

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