Cuestión de valentía

Serie Árboles de la Vida - Tinta 2014

Con los ojos marrones más cristalinos a través de los que he mirado jamás, derramó las lágrimas que todo ser humano tarde o temprano derrama alguna vez: lágrimas de amor. A mí me gusta más llamarlas lágrimas de realidad. Sea cual sea su nombre, lloró por aquel que, sin tener las ideas muy claras y el corazón un poco podrido de quererse a sí mismo, acababa de perder a la mujer que posiblemente más le había querido aunque él ni siquiera hubiera percibido ni la mitad de la energía con que ella suspiraba cada día por su boca.
Sin comprender el por qué de aquel desprecio repentino, con aquel enredo de recuerdos en su estómago y la impotencia de no tener siquiera una oportunidad para expresar lo que llevaba dentro, se derrumbó como las torres más macizas que, con un simple vaivén en el suelo que las sostiene, caen sin esperar a que todo vuelva a su lugar.
Nunca la vi llorar. Nunca la vi descuidando la armadura que protegía su corazón. Nunca la vi caer. Salvo hoy.
Sin tener ocasión de haber podido mirar a través de los ojos de quien hirió a quien ya formaba parte de mi vida de alguna manera inesperada, supe sólo con ver cómo él la miró, que hay corazones que no tienen suficiente capacidad como para abordar un torrente de emociones como ella lo era. Pero a veces nos empeñamos en retener entre las manos el agua que, siguiendo su curso natural, se escabulle entre nuestros dedos sedientos de retener lo que nunca nos perteneció.
A mí me hubiera gustado tener la frase perfecta para calmar su pena. Me hubiera gustado tener entre mis brazos la medicina que le hiciera ver que existen muy pocos corazones que puedan abordar un amor tan grande como el que ella estaba dispuesta a entregar. Y quisiera hacerla entender que hoy en día la valentía de dejarse querer sin miedos ni dudas apenas se da entre la raza humana. Ella, evidentemente, era una excepción, pues aún sabiendo que dolería, estaba dispuesta a quererle por encima de todo. Pero no todos corremos el riesgo de pasarlo mal, aunque eso implique ser muy feliz por el camino, y nos acomodamos en la rutina anodina que, sin robarnos una sonrisa decente al cabo de la jornada, nos aporta la seguridad de tener un futuro tranquilo, pero tan predecible que a veces da miedo a quienes, como ella, nos gusta arriesgar para sentirnos vivos.
Con los ojos marrones más cristalinos a través de los que he mirado jamás, abrió el enlace de aquella página de blog olvidada por aquellos que un día desearon ser el protagonista de alguna de esas historias, y leyó la última entrada que desde este ordenador una conocida con derecho a amistad le escribió con la esperanza de calmar el dolor de su desilusión y de avivar esa sonrisa tímida que un día robó su corazón.
Y sonrió.

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