Por eso te quiero tanto...
Redactando recuerdos
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Tarjetas de visita, 2014 |
La niebla apenas nos
dejaba acertar del color que vestían aquella tarde nuestros ojos, pero en su
forma de hablar adiviné la pena profunda en la que estaba sumida su alma.
Al otro lado de la taza de
un té más rojo que el rojo con el que un día me pintaron el corazón, dijo en
tono confidente que lo único que sabía era que la vida le debía algo. En ese
momento comprendí por qué sus ojos tenían algo especial.
Eran las cinco de la tarde
y como siempre, rogabais a mamá que os acompañara al parque que había debajo de
vuestra casa. Nunca llegasteis a comprender los miedos que ella albergaba
porque vuestros ojos sólo llegaban a ver a una distancia prudencial, la de dos
niños de siete y diez años. Pero con el tiempo comprendimos que la infancia que
creíamos robada injustamente, nos fue devuelta entre sus brazos colmados de
calor.
Aún me acuerdo de tu
camisa de cuadros que años más tarde heredé y de aquella chupa de borreguito
que mamá te ponía con tanto cariño para que no cogieras Tristeza al salir de
casa. Tu pelo rebelde anunciaba tu personalidad desde bien pequeño.
A veces quiero olvidar
pero no puedo, y las lágrimas que te hacía derramar aquel hombre bajo un apodo
ya fuera de lugar, aún destiñen una mitad de mi corazón que siempre fue tuya. Y
con el tiempo se me decoloró el amor, y te fuiste difuminando, y te fui
perdiendo…
Anoche soñé con las fotos
que mamá nos hacía para inmortalizar aquellos años en los que disfrazábamos
nuestros golpes con sonrisas marchitas de miedo. Y sonrío. Al menos esos días
te tenía conmigo siendo más tú que nunca.
Le dí un sorbo a mi té. No
le quería mentir. Hace tiempo comprendí que lo que la vida te roba jamás te lo
devuelve, pero el mismo tiempo que te hace comprender eso te demuestra que te recompensa
dicha pérdida con otros gestos, con otras personas, con otros sentimientos, con
otros colores…
El sol se aventuró a
hacerse un hueco entre la niebla, y pude ver que igual que tu pérdida me dejó medio
corazón gris, la Pena en la que se sumía su alma había desteñido uno de sus
ojos y avanzaba intentando adueñarse del otro.
Tras un té verde como
verdes eran tus ojos, le dije en un hilo de voz que de lo único de lo que
estaba segura era de que encontraría en unos brazos colmados de calor la
compensación a todo lo que creía injustamente robado. Y en ese momento
comprendió por qué mi corazón tenía algo especial.
Alas Rotas
Cuestión de valentía
Serie Árboles de la Vida - Tinta 2014 |
Con
los ojos marrones más cristalinos a través de los que he mirado jamás, derramó
las lágrimas que todo ser humano tarde o temprano derrama alguna vez: lágrimas
de amor. A mí me gusta más llamarlas lágrimas de realidad. Sea cual sea su
nombre, lloró por aquel que, sin tener las ideas muy claras y el corazón un
poco podrido de quererse a sí mismo, acababa de perder a la mujer que
posiblemente más le había querido aunque él ni siquiera hubiera percibido ni la
mitad de la energía con que ella suspiraba cada día por su boca.
Sin
comprender el por qué de aquel desprecio repentino, con aquel enredo de
recuerdos en su estómago y la impotencia de no tener siquiera una oportunidad
para expresar lo que llevaba dentro, se derrumbó como las torres más macizas
que, con un simple vaivén en el suelo que las sostiene, caen sin esperar a que
todo vuelva a su lugar.
Nunca
la vi llorar. Nunca la vi descuidando la armadura que protegía su corazón.
Nunca la vi caer. Salvo hoy.
Sin
tener ocasión de haber podido mirar a través de los ojos de quien hirió a quien
ya formaba parte de mi vida de alguna manera inesperada, supe sólo con ver cómo
él la miró, que hay corazones que no tienen suficiente capacidad como para abordar
un torrente de emociones como ella lo era. Pero a veces nos empeñamos en
retener entre las manos el agua que, siguiendo su curso natural, se escabulle
entre nuestros dedos sedientos de retener lo que nunca nos perteneció.
A
mí me hubiera gustado tener la frase perfecta para calmar su pena. Me hubiera
gustado tener entre mis brazos la medicina que le hiciera ver que existen muy pocos
corazones que puedan abordar un amor tan grande como el que ella estaba
dispuesta a entregar. Y quisiera hacerla entender que hoy en día la valentía de
dejarse querer sin miedos ni dudas apenas se da entre la raza humana. Ella,
evidentemente, era una excepción, pues aún sabiendo que dolería, estaba
dispuesta a quererle por encima de todo. Pero no todos corremos el riesgo de
pasarlo mal, aunque eso implique ser muy feliz por el camino, y nos acomodamos
en la rutina anodina que, sin robarnos una sonrisa decente al cabo de la
jornada, nos aporta la seguridad de tener un futuro tranquilo, pero tan
predecible que a veces da miedo a quienes, como ella, nos gusta arriesgar para
sentirnos vivos.
Con
los ojos marrones más cristalinos a través de los que he mirado jamás, abrió el
enlace de aquella página de blog olvidada por aquellos que un día desearon ser
el protagonista de alguna de esas historias, y leyó la última entrada que desde
este ordenador una conocida con derecho a amistad le escribió con la esperanza
de calmar el dolor de su desilusión y de avivar esa sonrisa tímida que un día
robó su corazón.
Y
sonrió.
Pañuelos de papel
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Sin título - Tinta 2014 |
Cuando acabó, arrugó el
pañuelo de papel y lo volvió a posar en la mesa donde se amontonaban cada día
más libros llenos de sueños muy difíciles de fabricar pero imposibles de
abandonar, y allí donde cayó se encontró con un par de libras y algún que otro
penique que habían sobrevivido a su viaje al interior de la vida. Sonrió
todavía con la nariz del color que dicen que tiene el Amor, y abrió la libreta
donde guardaba tu carta. Pero no la abrió.
Cogió el bolígrafo que
con esperanza había rellenado cada una de las páginas de aquella libreta, y
comenzó un nuevo día que pasaría a formar parte de su historia.
Con los pies empapados de
recuerdos y la cabeza iluminada por aquella guirnalda que le acercaba cada día
un poquito más al cielo, no pudo evitar acordarse de ti.
Me había prometido, cuando
aún el verano nos iluminaba la razón, que jamás sería capaz de amar a nadie
más. Me juró ahogada en las lágrimas más amargas que nunca he visto derramar que
había perdido la fe en la raza humana. Y su llanto me hizo llorar a mí también porque
de algún modo yo formaba parte de aquellos en quienes ella había dejado de
creer. Lloramos juntas aquella noche. Ella por fuera, yo por dentro. Hasta yo me
sentí decepcionada y engañada aquella noche. Podía comprender su agonía.
A su regreso aprendí algo
muy importante sólo con verla sonreír cuando salió del portal y la abracé: la
distancia no hace el olvido, pero ayuda a curar viejas heridas.
Me contó que el salitre
del mar escocía, y que la soledad a veces puede convertirse en nuestra mejor amiga
si sabes el tipo de compromiso que adquieres con ella. Yo era feliz, porque
había vuelto, y ella parecía haberse deshecho de los fantasmas del pasado, que
tan a menudo nos visitan cuando estamos a punto de empezar un nuevo ciclo de
nuestra vida.
A medida que la luz del
sol se iba apagando, aquella guirnalda iluminaba mucho más su sonrisa. La sonrisa
que tú habías conseguido encender después de tantas lágrimas que acababan
siendo enjugadas en un pañuelo de papel antes de llegar a regar su corazón. Cuando
acabó, volvió a aquel nueve de septiembre en el que le habías dedicado aquellas
letras tan hermosas, y releyó lo que había escrito. Ahí estaba tu carta. Yo
deseaba que volviera a abrirla. Pero no lo hizo. Creo que tenía miedo a volver
dejarse engañar. A veces se siente mucho y se hace poco. A veces se ama mucho y
no se arriesga nada.
Allí recostada, en su
fábrica de sueños, con la libreta sobre el pecho y el bolígrafo sujeto por la
comisura de su felicidad, pensó en ti y en todos los días que te quiso olvidar
mientras el frío se colaba por las ventanas de un sótano marchito. Fue en ese
preciso momento en el que comprendió que dedicó más tiempo a olvidarte a ti que
en recordar a quien un día quiso más que a su propia dignidad.
Pude sentir el escalofrío
que recorrió su cuerpo al recordar tu sonrisa. Y también el miedo que empezó a
emanar de aquel bolígrafo a partir de ese día, porque sabía que se estaba
enamorando de un corazón que jamás la pertenecería.
Entre el desastre de
libros llenos de sueños imposibles de abandonar, encontró, junto a un par de
libras y algún que otro penique, un pañuelo de papel arrugado húmedo aún del desatino
del corazón que se enamora sin razonamiento alguno. Y empapó sus lágrimas de
pasión en él, antes de que regaran su corazón y empezara a florecer…
Telas de Miedo
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Boceto - Grafito 2014 |
Se
quitó los calcetines negros de la rutina que le dejaban los pies siempre llenos
de cansancio entre los dedos. Se sacudió un par de veces sin éxito, y de camino
a la ducha iba dejando los restos de una larga jornada a su paso por aquel
pasillo enmoquetado de soledad.
Cada
día la misma rutina. La misma gente. El mismo despertar alejada del sol. Cada
día al volver a casa el mismo sudor que empapaba su espalda dolorida de
recuerdos le regalaba un estremecedor escalofrío que le hablaba más alto que el
canto de las gaviotas sobre los tejados deteriorados por el salitre del mar.
Un
día tras otro el mar. Un día tras otro la lluvia. Un día tras otro un día más
que era también un día menos en su diario de “Sueños para fabricar”. Y el reloj
parecía un ladrón que le arrebataba los días al calendario, lleno de polvo, que
confiado seguía pensando que el frío mes de diciembre quedaba aún muy lejos de
allí.
Sobre
la cama un polo negro, unos pantalones negros que la rutina había manchado con
las abrasadoras gotas de la desilusión y el mandil, descansaban hasta la mañana
siguiente. Y mientras, ella en silencio, se reencontraba cada día con el
recuerdo de tus ojos también negros; con el recuerdo de tu sonrisa; con tu olor
a Charlotte.
En
un butacón lleno de historias que contar reposaban cinco libretas aún por completar,
tres libros por leer y una vida por contar. A la luz de las velas abrió aquel
cuaderno que le devolvía cada día un poquito ti. Y escribió. Y dibujó. Y soñó…
El
sol se escondía cada vez antes, pero a veces las lágrimas se le adelantaban, y
el arco iris le recordaba, metida en aquel sótano en el que apenas entraba la Esperanza
a través de aquellas ventanas protegidas por las telas tejidas por el Miedo, que hasta de la tristeza se pueden sacar
obras de arte muy hermosas. Y pensó en ti. Y sonrió por ti. Y lloró sin ti.
Estaba
descalza el día que la conocí. Dibujaba, junto a una estatua de madera que
había en el paseo, el paisaje bucólico que nos envolvía a cuantos pasábamos por
allí. No levantó la vista de su cuaderno hasta que yo la interrumpí. Y en sus
ojos adiviné la Soledad y la Pasión. En sus manos sujetaba un puñado de
Ilusiones de colores ya sin punta. Me sonrió, como cuando me sonreías tú al
ponerme el café cada día, como cuando se te acaban los recuerdos y tienes que
usar la imaginación para volver a ese lugar del que un día huiste.
No
hablábamos el mismo idioma pero compartíamos una ilusión: volver a tenerte
cerca.
Ella
se quedó allí, intentando imaginar cómo sería volver a tenerte entre sus brazos
mientras cada día, el cansancio se acumulaba entre los dedos de sus helados
pies y escribía una libreta azul para no olvidar nunca todo cuanto
compartisteis.
Yo
decidí volver, porque me di cuenta de que cuando amas con todo el corazón, no
se puede sobrevivir de la Imaginación. E imaginarte no era suficiente para mí.
A
veces pienso en ella. Me pregunto si seguirá yendo a ese paseo a dibujar. Si
seguirá trabajando en aquel hotel de dos estrellas tan familiar. Y cada día que
te veo sonreír la recuerdo a ella con sus Ilusiones en la mano y la Pasión en
su mirada. Y no sé si la cobarde fue ella por quedarse allí o fui yo por venir
donde todo me recuerda aquellas telas tejidas por el Miedo que no dejan entrar
la Esperanza en nuestros corazones…
Zumo, té, café...
Autorretrato - tranfer |
No
había nada peor para ella que ser consciente de la realidad y no querer
creérsela. Pero ya sabes cómo somos a veces, que nos gusta ser esa persona
especial en la vida de alguien que sólo tiene hueco para sí mismo en su vida. Y
nos machacamos pensando que algo no estamos haciendo bien porque sus suspiros
no los provocamos nosotros; porque no somos con quienes desean compartir sus
experiencias, su camino. Y así pasan los días, creyendo como ella creía, que
algún día todo sería diferente. Pero a ella se le empezaron a pasar los años sin que nada en su corazón hubiera
cambiado. Bueno, si, el vacío en su pecho cada minuto se hacía más grande.
Esta
historia ya la conoces, y sé que no te gusta nada oír hablar de él. Pero es
necesario que te cuente la verdad que yo viví junto a ella.
Les unió
el destino, con una visita inesperada del hombre al que ella más ha querido en
su vida: su primo.
Aquella
mañana soleada de noviembre su primo fue a tomar un café sólo pero acompañado al restaurante donde ella
llevaba unos meses trabajando. Su acompañante pidió zumo de naranja natural. Podría
decir que fue el zumo natural más insistente que yo he conocido. Discreto, pero
insistente. Ella no tenía muy claro querer iniciar algo en una época de
estudios, trabajo, idiomas, en la que el alma se despista y juega batallas que
muchas veces no somos capaces de lidiar. Pero sus ojos azules creo que la
convencieron, y su falta de interés a posteriori, la convenció de que ese zumo
era una buena opción, pues nunca había probado el dulzor de una fruta que la
dejara espacio para vivir tu vida. Y así fue como se dejó engañar por una
naranja que poco a poco se fue volviendo ácida.
No voy
a entrar en detalles. De sobra es sabido que cuando nos enamoramos, perdemos la
noción de lo que es justo y de lo que deja de serlo, perdemos nuestras propias
convicciones, e incluso podemos llegar a perder la dignidad, como le pasó a
ella, dejándose llevar por la esperanza de que cuando él confiara en ella,
sería capaz de dar un paso más, sería posible pasear con él y darle la mano por
la calle o abrazarlo. Pero los días se escurrían por el calendario de una vida
que iba pasando sin haber compartido ni una mirada bajo la intimidante
presencia de una catedral cada día más llena de historias que contar.
Nunca
hubo tiempo para ella. Me lo contaba en cada café que compartimos, y en su
mirada se adivinaba el dolor de estar dándolo todo por él y no sentir siquiera
una caricia de correspondencia. Todos le decíais que no se merecía eso, y sin
embargo ella era al único que deseaba. Cuando otro hombre la sonreía, ella sólo
podía pensar en los ojos azules que la conquistaron al otro lado de la barra
donde empezó a fabricar sueños sin saberlo.
Nadie
sabía que existía una persona tan buena y honrada como ella. Yo no daba crédito
cuando me decía con esa sangre fría a veces hiriente que ella en su vida era un
fantasma. Nadie la conocía. Y nadie la conocerá.
Siempre
he creído que la vida nos regala la compañía de ciertas personas para
empaparnos de su vitalidad, de su alegría, para comprender que la vida no es un
castigo como muchos creen, sino que puede ser un regalo maravilloso. Y siempre
he creído que esas personas no deberían pasar desapercibidas, porque lo que
tienen que enseñarnos y regalarnos, es mucho y muy grande. Pero él no le dio la
opción de compartir nunca nada a su lado, cuando ella le hubiera enseñado la
esencia de vivir sólo con un gesto, con una mirada. Créeme si te digo que no le
hacían falta las palabras para mostrarte con una sonrisa el universo. Su
universo. Nuestro universo. Y se moría de ganas de mostrárselo a él, pero nunca
pudo. Siempre había algo mejor que ella esperándole al otro lado del umbral de
una puerta que nunca jamás debió haber cruzado si lo que deseaba era quedarse
detrás, en la rutina de una vida de libertad que te regala la sensación de
dominar tu vida como quieres, pero cuyo precio sólo se paga con la soledad.
A él
no debía importarle estar solo. Pero considero, y no por conocerla a ella de la
manera que la conozco, que fue egoísta desde el momento en que no la avisó de
cómo era. Mamá siempre dice que el zumo natural hay que bebérselo deprisa
porque sino las vitaminas se oxidan y se pierden. A él le pasó eso, pero la
culpa fue de ella por querer beber un zumo natural a sorbitos.
Sé que
va a llorar cuando se dé cuenta de que el trago que le queda está amargo. Y sin
vitaminas. Creo que no le quede ni pulpa a ese dichoso zumo de naranja. Pero
para apreciar lo dulce, necesitamos momentos amargos en nuestra vida.
Es una
pena que tanto amor se haya quedado flotando en el aire, y que no lo haya
sabido apreciar. Hubiera sido muy feliz a su lado. Pero está claro que no
podemos cambiar la naturaleza de las personas, y quien nació para ser bebido de
un trago y sin pensarlo, no podemos pretender transformarlo en una infusión que
nos calienta las manos y nos colma de sensaciones en cada sorbo que le damos.
Otros
hemos nacido a la espera de un buen café sólo y bien cargado, que nos mantenga
despiertos y nos dé suficiente energía para acabar con dignidad lo que una mañana
soleada de noviembre comenzamos.
La Historia de La Fábrica de Sueños
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Montaje fotográfico 2014 |
Quizás era
un problema de consciencia.
La fábrica
de sueños nunca cerraba, siempre tenía sus puertas abiertas para quienes deseaban
entrar a soñar libremente. Quien prefería entrar a sonreír o simplemente a
saludar, también era bienvenido. En esa fábrica se trabajaba cada día de forma
continuada con un solo objetivo: que nadie se quedara sin poder palpar sus
sueños.
Los
materiales que allí se usaban respetaban totalmente el medio ambiente, porque
había quienes soñaban con un mundo más sano donde respirar aire libre; libre de
odios y rencores, de malos humos, de soberbia... Ya sabéis, todo eso que
contamina nuestro pequeño planeta. Por eso siempre se trabajaba con amor, con
ilusión, con esfuerzo, con empeño, con imaginación, con dedicación,
compañerismo… entre otros materiales no contaminantes.
La fábrica
de sueños llevaba trabajando muchos años antes de que yo la conociera.
Afortunadamente para mí, siempre fui una gran soñadora, por eso un día acabé
llegando a las puertas de aquella especie de cabaña que poco se parecía a las
fábricas convencionales que yo había visto en los polígonos industriales de las
ciudades que un día visité.
Yo estaba
soñando el día que abrí su minúscula puerta de madera que dejaba entrever el interior.
Y muy amablemente, me dieron la bienvenida todos aquellos que como yo estaban
allí, viendo cómo sus sueños se cumplían. Entonces vi con mis propios ojos cómo
uno de los sueños que más se repetía en mi alocada cabeza se estaba haciendo
realidad. Fue un momento muy especial…
Cuando
desperté algo había cambiado en mí, pero a mi alrededor todo continuaba su
serena y gris rutina. Era como si el tiempo se hubiera congelado y yo siguiera
en movimiento.
La fábrica
de sueños…
Y comencé a
trabajar. Ya se sabe que antes de ofrecer un producto al cliente uno mismo debe
probarlo antes, así que todo lo que se apelotonaba en mi corazón y desbordaba
mi mente lo fui enfocando a mí misma, para conocer los resultados a través de
la reacción del cliente cuando conociera el producto que yo iba a ofrecer. Y
para comprobar si realmente ese sueño era o no por fin una realidad.
¡Uf! Si… Los
comienzos son difíciles para cualquier empresa que empieza a emerger, yo no iba
a ser menos. Pero yo confiaba en mi sueño, y confiaba en que si existía una “Fábrica
de sueños”, es porque realmente se podían llegar a hacer realidad.
El pequeño
espacio donde me dedicaba a estudiar algo que aún no comprendo se fue
convirtiendo, poco a poco, en mi pequeña oficina llena de Ilusión. Allí (aquí) los
sueños brotaban solos, y las ideas para realizarlos ni siquiera se hacían
esperar. Cada mañana me despertaba con una cosa más que hacer, un sueño más que
crear, una sonrisa nueva que dibujar…
Empecé a
recibir encargos llenos de Ilusión, por soñadores que en algún momento dejaron
de creer en sus posibilidades, o que simplemente no tenían tiempo en un mundo gobernado
por personajes vacíos de contenido que no sólo no saben soñar, sino que no
dejan que otros lo hagan.
Los
soñadores podrían acabar con el patético mundo que estos personajes han creado con
sus palabras barnizadas con una pintura que con el tiempo se vuelve gris, y eso
no les interesa, motivo por el cual con su verborrea disfrazada azotan nuestras
cabezas, pero lo peor es cuando azotan nuestros corazones.
Todo iba
bien, La Fábrica de Sueños siempre estaba presente en mi vida, recordándome lo
importante que es hacer felices a los demás haciendo lo que más te gusta. Pero
un día apareció un hombre con traje gris para hacerme un encargo, y yo, que no
le niego un sueño a nadie, me comprometí con un proyecto que parecía en su
comienzo factible. Poco a poco el sueño de ese hombre me iba absorbiendo el
tiempo, las fuerzas, las ganas... y mi pequeña oficina empezó a perder su color
para entonarse como el polvo que día tras día se iba acumulando allí (aquí).
Por las noches la Fábrica de Sueños ya no estaba abierta, dentro sólo se
adivinaba oscuridad, y un gran candado oxidado me impedía acceder a su
interior. Para intentar crear un hilo conductor entre aquella vieja caseta
abandonada y mi alma, escribí en el cabecero de mi cama: “Voici, l’usine de
rêves”. “He aquí, la fábrica de los sueños”. Pero eso no funcionó. Me lo
escribí en mi cuerpo. Nada.
Pasaban los
días, los meses, intentando encontrar cómo completar el sueño que un hombre con
traje gris hacía mucho que me había encargado. El cielo se me caía encima
pensando que había sueños imposibles de alcanzar. Y poco a poco, dejé de
dormir, ni siquiera buscaba ya la vieja caseta que un día iluminó mi vida. Mi
oficina estaba llena de bloques de libros cuyo contenido narraba algo de la
historia, quizás algo de arte, no sé muy bien el qué, y todo cuanto un día
creé, lo fui guardando, porque me molestaba.
Pero todo
pasa por algo, dice una gran compañera espiritual, y un día la enfermedad vino
a avisarme.
Desde la
cama donde reina la inscripción antes mentada, lloré los días de nieve, los
días de viento, los días de sol, por no poder levantarme, no poder hacer si
quiera la intención de incorporarme para poder finalizar el encargo que hacía
casi un año se me había pedido y no era capaz de realizar. Y mi cliente me
exigía su producto con despotismo, sin concederme un momento de descanso, sin
un ápice de comprensión, y exigiendo cada día más sin ofrecer nada a cambio: ni
una sonrisa sincera.
Mamá cada
día abría las cortinas de mi pequeña oficina apagada para que el sol iluminara
lo poco que quedaba ya de color en su interior. Y un día, embriagada por los
calmantes que quitan el dolor del cuerpo pero no el del corazón, la volví a
ver. Allí estaba la Fábrica. Me agaché a mirar por los huecos que tenía la
puerta y todo estaba oscuro. El candado seguía puesto. Cuando me reincorporé,
algo frío chocó contra mi pecho: era una llave. Abrí la puerta, todo se
iluminó. En el rellano podría decir que había un cúmulo de una veintena de papeles.
Cogí uno y leí: “7 de mayo de 1992. Deseo que mamá me deje sus pinturas de tubo”.
Cogí otro: “7 de mayo de 1996. Deseo con todas mis fuerzas estudiar esa carrera
donde pintas y dibujas todos los días”. Otro más: “7 de mayo de 2005. Deseo que
mis miedos desaparezcan durante la carrera”. Otro: “7 de mayo de 2013. Deseo
viajar por el mundo dibujando sonrisas”. Uno tras otro, aquellos papeles tenían
escritos los deseos que había pedido cuando soplaba las velas de la tarta de
cumpleaños. Levanté la mirada y allí estaba todo lo necesario para ponerse
manos a la obra y empezar a producir. Sonreí llena de luz por primera vez en
mucho tiempo.
La Fábrica
de Sueños reabrió sus puertas el día que yo comprendí que los hombres grises
existen para aprovecharse de todos los que como tú y como yo, soñamos cada día
con un mundo en el que se puede respirar aire LIBRE. Porque por lo general,
quien sueña, lucha.
Comprendí
que cada uno es su propia fábrica de sueños, pero hay quienes necesitan
concienciarse de que de su cuello cuelga la llave que abre la puerta que espera
impaciente ser abierta en su interior por cumplir aquellos deseos que un día
pensó, imaginó, suspiró… y nunca se atrevió a realizar porque al lado había
alguien vestido de gris que osó decirle que era imposible.
-
“Aquí hay un problema de consciencia”- me dijo
aquel hombre cuando le dije que sólo él con su esfuerzo y su trabajo podría
cumplir el sueño que a tantos soñadores como yo les había ido encargando sin
éxito ninguno. - “Desde luego que sí”- le contesté. - “Éste es tu sueño, no el
mío, pero aún no eres consciente”-
Cortésmente
me despedí, y antes de cruzar la puerta que separaba su vida y la mía, me giré
y le dije: “soy Mónica, la Fábrica de Sueños”. Hice una reverencia y me perdí
en el tumulto de la gente de cuyos corazones se desprendía un calor primaveral
que casi anunciaba el verano en los árboles frutales que rodean mi pequeña
Fábrica.
Sonrisas apagadas
Sin título - Grafito y lapiceros de colores, 2014 |
Si
en esos momentos se hubiera concentrado en el queso fresco con anchoas
probablemente aquel joven indeciso hubiera escogido esa y no otra de las tapas
que la camarera le acababa de ofrecer a una velocidad marcada casi por el ritmo
de la clientela entrando y saliendo de aquella cafetería tan concurrida. Pero
estaba tan concentrada en que no pidiera el huevo frito que al final, entre
numerosas divagaciones sobre con qué acompañar la caña con poco limón que le
acababa de servir, se decantó por el dichoso huevo frito.
Así
era la vida. Dedicaba tanto tiempo a pensar lo que no deseaba que dejaba pasar
las oportunidades delante de sus narices y mucho peor aún… Lo que no deseaba se
acababa cumpliendo por toda la energía que depositaba en ello, y terminaba resignándose
por su mala suerte, como si nunca hubiera esperado tan terrible final. Un final
que desde fuera veíamos muy claro desde el primer día que la conocimos.
Mamá
siempre decía que “aquello en lo que te concentras crece”. Ella se concentró
mucho en un hogar propio, con cochera y trastero, y lo consiguió después de
muchos y largos años de concentración que parecían interminables. Ahora se
concentra en el bienestar de la familia para que el hogar siga siendo caluroso
incluso en días como hoy, que no sabes si nieva, si llueve, si hay mucho viento
o si sólo está nublado, pero en los que el frío se cuela por la única rendija
que queda abierta en unos zapatos ajados después de un largo caminar.
Después
del trabajo iba a casa o a clase, dependiendo del día de la semana después de
clase iba a casa o al trabajo. En el trabajo siempre sintió la gran dicha de
ser receptora de sonrisas. Cada día unas cien sonrisas diferentes. A veces le
llegaban torcidas, o un poco apagadas. A veces le llegaban llenas de
agradecimiento y otras, con ganas de contar algo más. Miles de sonrisas
diferentes al cabo del mes. Y la suya siempre de oreja a oreja dispuesta para
cada uno de los clientes que dejaban en aquel local una pequeña parte de ellos
mismos: un ticket doblado formando un barquito o una pajarita, un azucarillo
doblado, una pajita mordida, una servilleta llena de garabatos que cuentan una
historia muy personal, una mancha en el sofá con nombre propio…
Cuando
llegaba a aquel cubo oscuro pero lleno de luz y de vida, todo cambiaba. Supongo
que para ella era como volcar todo lo que iba acumulando durante la semana
sobre aquel escenario. Una forma de vomitar todas esas historias que se iban
entrometiendo en la suya propia cuando al otro lado de la barra alguien no
encontraba consuelo. Así era como comenzaba cada martes la semana fresca y
capaz de coleccionar otro millar de sonrisas e historias que un nuevo lunes
vomitaría en el cubo negro donde sin ser ella, era más ella que nunca. Jamás me
lo supo explicar, pero creo que no es difícil entender esa sensación de despojo
sin que importe quién escuche o mire. Al fin y al cabo ahí arriba sólo ella
sabía dónde acaba su ficción y empezaba su verdad, esa que tan a menudo
perseguía sin saber muy bien qué rumbo tomar.
Todo
se había vuelto muy intenso, y tras muchos meses recibiendo y sobretodo,
regalando miles de sonrisas cada semana, llegó un día en el que empezó a notar
que se le estaba desdibujando la comisura de los labios. En aquel cubo negro,
bajo una tenue luz azul que bañaba todo el hombro izquierdo de aquel gélido
escenario, recapacitó mientras al protagonista de esa historia que ya era
también la suya, un corto circuito en la mente le hizo matar a un amigo. El
sonido del acordeón supo entrar directo donde más duele, donde las entrañas se
te agitan y te hacen sentir más verdadera que nunca y pensó, pensó que quizás había
estado muy ocupada con cosas banales que a veces hacen la vida más fácil, pero
no más auténtica.
Respiró
hondo, yo la vi desde la butaca donde me había reservado un hueco en primera
fila. Respiró tan hondo que yo misma la sentí antes de que saliera con su paso
firme a recordarnos que hemos perdido el sentido de la ciudadanía. En sus ojos
pude sentir el agotamiento de querer perseguir un sueño que la sociedad actual
le impedía alcanzar por su falta de medios materiales. Ella trabajaba para
acceder a ellos, pero no era suficiente cuando a final de mes no podía comprar
un lapicero nuevo para repasar el contorno de su sonrisa. Y poco a poco, como
quien pasa la mano por encima de una obra maestra hecha a pastel o carboncillo,
su sonrisa se fue nublando, como los “esfumatos” de Da Vinci que nos dejan con
la incertidumbre de si la Giocconda sonríe o no.
Yo
sé que lloró esa noche, aunque ninguna de las sonrisas que pasó esa tarde por aquella
cafetería tan concurrida notó ni una pincelada de su profunda tristeza. Lloró
porque los cambios requieren mucho valor, y duelen.
Desde
aquel día no la volví a ver.
No
me puso nunca más ese café con leche tan rico que sin querer siempre dejaba
entrever la forma de un corazón con la crema de la leche. La vida seguía en la
ciudad, y desde luego, ella había dejado, como todos los que habían pasado por
allí, una parte de su esencia en aquella cafetería que un día se convirtió en
su hogar.
Una
camarera que aún habla con ella me contó mientras le regalaba mi sonrisa que
está concentrándose en lo que más desea, y está disfrutando de los pequeños
placeres de la vida, como respirar aire frío sentada frente a la catedral de su
pequeña ciudad.
La fábrica de sueños
Sin título - lapiceros de colores y grafito 2013 |
Un sueño es algo que anhelamos ser, es un estilo de vida, un olor, una
sensación… Nunca un sueño es una cosa que puedes adquirir en cualquier
supermercado. Un sueño es tu sonrisa, es tu pelo despeinado por las mañanas, tu
cara de sueño al darme la vuelta en la cama. Un sueño es ver caer las hojas
rojizas de los árboles que necesitan desnudarse para seguir creciendo fuertes,
y verte aparecer al doblar la esquina. Un sueño es entrar al trabajo y que tú
estés allí ya, con ganas de darme un abrazo y dedicarme el mejor de tus bailes
detrás de la barra. Un sueño es dibujarte con mis colores, peinarte con mis
sonrisas, acariciarte con mis palabras. Un sueño es que estés aquí cada día. Y
mientras tanto, intento llegar a aquel lugar al que la sociedad estima que debes llegar. Como si eso me fuera a
hacer más feliz. Como si ellos supieran que yo estudié para trabajar. Yo
estudié porque para mí aquello era y sigue siendo un sueño. Y lo compagino con
el de servir cada día una taza de Ilusión a cada cliente que viene de pasada y
me regala su sonrisa. Y con el de seguir estudiando para aprender, no para llegar a ser. Por eso en 2014 me
propongo dejar de mirar al horizonte y relajarme al volante de este autobús que
cada día cuenta con más pasajeros que amenizan mi viaje. Y seguir fabricando
sueños de esos que se cumplen cada vez que te veo y te miro y te observo.
Un sueño es que tú te hayas montado en este autobús y que quieras
compartir esta parte de tu trayecto conmigo…
Un árbol que hoy empieza a crecer
Aquel árbol
Dibujo a tinta - 2013 |
La vida se nos tornaba como un árbol que crece, a veces, sin saber hacia dónde se dirigen sus ramas. Que ancla sus raíces en la tierra donde su semilla fue plantada. Que aprende a desprenderse de sus hojas cuando llega el frío, para desnudo, enfrentarse a la falta de tus besos y tus abrazos. Y sus hojas, tristes de no verte, a sus pies realimentarán las raices para estar hermoso una vez más cuando vuelvas de visita otro verano que pasa rápido entre caricias y que anuncia nuevamente tu ausencia.
La vida continuaba también en septiembre, cuando se cambia de ropa para decirte adiós. Y en noviembre, cuando se la quita porque tú no estás para ver su hermosura.
La vida se parecía cada vez más a aquel árbol que nos cobijaba los meses que yo no quería dormir. Y envuelta en hojas me desperté. Hojas de color amarillo que anunciaban, nuevamente, tu partida muy lejos de mí...
Alija, no Martínez
22 de julio de 2013, León
Hoy he decidido escribirte una carta, la forma más cobarde de decir las cosas, pero la única opción que me dejas abierta para dirigirme a ti, después de tantos días. Sin embargo, la forma más valiente de dejar perpetuas las palabras de las que ya nunca me podré retractar. Dudo que algún día desease hacerlo.
Hoy he decidido escribirte una carta, la forma más cobarde de decir las cosas, pero la única opción que me dejas abierta para dirigirme a ti, después de tantos días. Sin embargo, la forma más valiente de dejar perpetuas las palabras de las que ya nunca me podré retractar. Dudo que algún día desease hacerlo.
Disfruta este momento,
porque ni una mirada ya tendrás de mis ojos. Desafortunadamente has dejado
tantas cicatrices en estos corazones que también laten en mi pecho que es
difícil no acordarse cada día de ti. No voy a decir que lo merezcas o no, no
estoy aquí para juzgarte, pero tampoco para amarte.
Este paso que has dado no
ha significado más que la tranquilidad en mi vida. Ya no tengo que contestar al
teléfono por compromiso, no tengo que hacer visitas incómodas, ni siquiera
tengo que preguntar por esa mujer que nunca me quiso (ni yo a ella) porque le
recordaba a mamá. Me has quitado un peso de encima y te voy a dar las gracias
por quitarme la cara cuando fui a darte aquel beso de despedida, por no mirarme
a la cara el último día.
Tú, que sólo tuviste
hijos para presumir, en mi caso, del talento que tenía o los estudios que
cursaba, como si tú formaras parte en cualquier caso de mis sueños. Que te quede
claro: que ni tú me ayudaste a cumplirlos, ni yo contaba contigo mientras
trataba de alcanzarlos. Sólo debo admitir que tu incómoda presencia me enseñó cada
día de mi vida lo que nunca quería llegar a ser: como tú.
Pero accedí a guardar las formas y ser diplomática. Y a pesar de no recibir nada por tu parte y aguantar menosprecios y faltas de respeto que te tomabas de broma, continué aceptando tus invitaciones, dos o tres veces al año.Tú nunca supiste hacerme sonreír. Creías que necesitaba dinero para quererte más y me decías que no tenías nada, cuando lo único que esperaba era un gesto de amor por tu parte. Y volvía a casa con los bolsillos llenos de humo de tabaco negro y el corazón empapado en un chupito de whisky barato. Y en los ojos, ni siquiera las lágrimas se atrevían a asomar del miedo que te tenía.
Pero todo eso se acabó. Ahora lloro si me apetece, y me como un dulce o un salado sin esperar que nadie me llame “gorda”.
Viviré con esa palabra grabada en la mente y vuestra voz de fondo diciendo: “no creo que te haga falta a ti comer de eso”. No existe tatuaje que borre las cicatrices que has dejado en este hogar que hoy en día sigues destrozando.
No quiero nada relacionado contigo. Quiero olvidar que algún día te dije que te quería. Adoro mi vida sin ti y deseo que así se quede, pues con los años he aprendido que la paternidad es un invento de la sociedad, o de la iglesia. Tú nunca has tenido hijos, y nosotros nunca hemos tenido padre; y si así ha sido siempre, no espero que ahora cambie, ni que tú cambies.
Has ido poco a poco apartando a todos los que algún día te quisimos de tu lado. Tus lágrimas de cocodrilo ya no me conmueven como cuando era pequeña y me hacías chantaje emocional para que mamá te perdonara. Yo ya no te perdono más. No te quiero en mi vida. A partir de ahora, voy a ser más feliz. Porque antes ya lo era, pero tu alejamiento me hace sonreír más cada día.
Y a pesar de todo, te doy las gracias, porque sin tus desprecios, sin tus insultos, sin tus maltratos, sin tus vicios… Yo no hubiera aprendido jamás lo que de verdad importa en la vida. Y tú, ahora, en la mía no importas nada.
Pero accedí a guardar las formas y ser diplomática. Y a pesar de no recibir nada por tu parte y aguantar menosprecios y faltas de respeto que te tomabas de broma, continué aceptando tus invitaciones, dos o tres veces al año.Tú nunca supiste hacerme sonreír. Creías que necesitaba dinero para quererte más y me decías que no tenías nada, cuando lo único que esperaba era un gesto de amor por tu parte. Y volvía a casa con los bolsillos llenos de humo de tabaco negro y el corazón empapado en un chupito de whisky barato. Y en los ojos, ni siquiera las lágrimas se atrevían a asomar del miedo que te tenía.
Pero todo eso se acabó. Ahora lloro si me apetece, y me como un dulce o un salado sin esperar que nadie me llame “gorda”.
Viviré con esa palabra grabada en la mente y vuestra voz de fondo diciendo: “no creo que te haga falta a ti comer de eso”. No existe tatuaje que borre las cicatrices que has dejado en este hogar que hoy en día sigues destrozando.
No quiero nada relacionado contigo. Quiero olvidar que algún día te dije que te quería. Adoro mi vida sin ti y deseo que así se quede, pues con los años he aprendido que la paternidad es un invento de la sociedad, o de la iglesia. Tú nunca has tenido hijos, y nosotros nunca hemos tenido padre; y si así ha sido siempre, no espero que ahora cambie, ni que tú cambies.
Has ido poco a poco apartando a todos los que algún día te quisimos de tu lado. Tus lágrimas de cocodrilo ya no me conmueven como cuando era pequeña y me hacías chantaje emocional para que mamá te perdonara. Yo ya no te perdono más. No te quiero en mi vida. A partir de ahora, voy a ser más feliz. Porque antes ya lo era, pero tu alejamiento me hace sonreír más cada día.
Y a pesar de todo, te doy las gracias, porque sin tus desprecios, sin tus insultos, sin tus maltratos, sin tus vicios… Yo no hubiera aprendido jamás lo que de verdad importa en la vida. Y tú, ahora, en la mía no importas nada.
Te quiso: Mónica Alija.
Ya no quiero ser Martínez